Me resulta difícil escribir, por el bombardeo de información
que recibo a diario a través de todos los medios, por la conversaciones que
oigo o en las que participo.
El viernes lloré. Lloré por la noche y no conseguía
dormirme. Los minutos de angustia que pasé hasta que supe que todos mis
conocidos estaban bien son sólo una milésima parte de la angustia desgarradora
que sienten los familiares y amigos de los que ya no volverán. E igual que
lloré el viernes, lloré el domingo, oyendo a un hombre mayor hablar en Salvados
desde el campo de refugiados de Zaatari, diciendo que él ya ha vivido, pero que
a los niños les han arrebatado el futuro. Y lloré el miércoles pasado cuando
dijeron en las noticias que Estado Islámico había matado a más de veinte niños
sirios por no querer unirse a ellos.
Lloro muy a menudo, estos días. Lloro de rabia, y
frustración, y tristeza infinita. A veces lloro por dentro. Otras veces las
lágrimas físicas me alcanzan. Porque como leí por ahí, parece que el concepto
de humanidad sólo existe en los libros.
Pero sobre todo, lloro por las reacciones. Algunos se han
puesto la bandera de Francia como forma de expresar solidaridad. Otros los han
criticado por ello, alegando que nadie se pone bandera de los países en los que
ocurren masacres a diario. Para reforzar esa idea, se han cuadriplicado el
número de noticias de ataques y asesinatos, compartidas cien veces para
demostrar lo poco hipócrita que es uno, porque le da la misma importancia a las
víctimas. La reacción de los primeros, los de la bandera, ha sido criticarles
también por no respetar su elección e ir de progres. Y el momento de duelo se ha convertido una
vez más en una lucha de a ver quién muestra más solidaridad en las redes sociales.
No todo el mundo lo ha hecho, evidentemente. Pero he visto la reacción en
repetidas ocasiones.
Luego han estado las conversaciones. De pronto todos somos
expertos en política mundial. Todos estamos perfectamente enterados de lo que
pasa en el mundo, y de en qué consisten los conflictos. Además de la oleada de
racismo. Además de palabras como “putos moros”. Entre otras lindezas. Y las
discusiones sobre si la guerra es necesaria o no. Y los muchos votos a favor de
bombardear, porque las bombas son la única solución.
Ha habido gente con la inteligencia suficiente de analizar
lo que ha pasado desde un punto de vista histórico, otros desde un punto de
vista antropológico. A ellos les han criticado acusándolos de justificar lo que
ha pasado en París. No es justificar, pero entender las causas puede ayudar a
pensar con claridad. E incluso a tener conclusiones sobre qué hacer.
En resumen, mientras las familias lloran a sus muertos, el
resto se pelea por ver quién tiene razón, por ver quién demuestra más de lo que
sea.
“La violencia es el miedo a los ideales de los demás” – dijo
Gandhi, muy acertadamente. Habría que reflexionar si no tenemos ese germen de violencia
en nuestra avanzada y civilizada sociedad, en cada uno de nosotros.
Yo no sé cuál es la solución. Nunca defenderé la guerra ni
la muerte como solución a nada, pero tampoco soy de ningún servicio de
inteligencia como para poder analizar la situación y decir “esto es lo que hay
que hacer”. He seguido los conflictos
desde hace años, no me considero inculta o ignorante, sé por qué pasan las
cosas, de dónde salen las armas y aún así, lo único que se me ocurre hacer
contra el terrorismo es no sentir terror. No sé cómo pararles. Al igual que no sé
cómo acabar con el hambre en el mundo. O con las enfermedades. No sé cómo poner
fin a todas las injusticias que le duelen tanto a la Tierra. Que me duelen
tanto a mí.
Sé, sin lugar a dudas, que abriría las puertas de mi casa a
cuantos refugiados cupieran en ella. Sé que compartiría mi comida. Sé que haría
lo que fuera porque se sintiesen respetados de nuevo. Sé que no he sentido odio
por nadie. Sé que me importan poco las fronteras y los patriotismos. Sé que no
veo moros, negros, chinos, panchitos.
Sé que veo seres humanos. Que sienten y piensan lo mismo que yo en muchos
aspectos.
Cuando se quiebra la diferencia el miedo a lo diferente no
puede mantenerse. No hay un ellos y un nosotros. Somos todos. Y cuando
entendamos eso, si no es demasiado tarde, puede que la violencia y el terror
desaparezcan.
“You may
say I’m a dreamer, but I’m not the only one. I hope someday you’ll join us, and
the world will live as one. “ John
Lennon