Ayer leí un
artículo sobre una chica mexicana que se autodenominaba antifeminista, y que se
dedicaba luchar verbalmente contra las feministas en las redes sociales. Ella
basaba su teoría en que el patriarcado no existe, y que es una invención de las
feministas para destruir la sociedad. Según ella, el feminismo tuvo sentido
hace muchos años, pero que ahora la igualdad se ha alcanzado, no tiene sentido.
Curiosamente, acto seguido leí otro artículo sobre un juez mexicano que le
había quitado la custodia a una madre porque según él, no era lo
suficientemente femenina: Era atea, no cumplía su rol en la casa y por ello
necesitaba ir a terapia. No sé si eso es a lo que esta chica llama igualdad, a
que un juez pueda dictaminar qué rol tienes que cumplir en la sociedad
legalmente por ser mujer, sin embargo la chica decía que aunque recibía a
diario muchos insultos y ataques, también tenía miles de seguidores que le
apoyaban y le agradecían lo que hacía. Le agradecían que fuera antifeminista.
Pero no hay
que irse a México para ver estas cosas. Uno puede argumentar diferencias
culturales, pero no es el caso. Yo he oído en repetidas ocasiones a gente de mi
entorno, ya no digo gente relevante o famosa, bromear con el patriarcado,
ridiculizando la idea. Y no hay mejor forma de desprestigiar un movimiento que
ridiculizando su causa. Lo vemos a diario en política, sin ir más lejos. Y hay
muchos que cuando alguien señala la cantidad de abusos que las mujeres sufren a
diario en todo el mundo, suelen responder con que los hombre también sufren, y
que eso nadie lo denuncia, que ellos también son maltratados y abusados y nadie
lo denuncia. Y normalmente añadirán un “feminazi” al final de su argumentación
como colofón final. Es como decir: Hay una epidemia, pero no os pongáis
vacunas, que a mi vecino cuando tuvo catarro no le vacunaron.
Es decir, la
injusticia y el abuso de poder sobre los derechos humanos es algo que existe en
todo el mundo y que no diferencia género. La injusticia hay que perseguirla y
castigarla en cualquier forma o estadio. Pero no se puede negar que los abusos
que sufren las mujeres por ser mujeres como grupo, como colectivo social, no
existan. Nadie ataca a los hombres por ser hombres. Y negar la existencia del
patriarcado es cerrar los ojos ante el problema y mirar hacia otro lado. Hay
cientos, o miles de ejemplos a nuestro alrededor dejándolo en evidencia: mundo
de negocios, cine, publicidad… Mires donde mires, a pesar de la evolución
social que se ha vivido en los últimos 50 años (en occidente, claro, en el
resto del mundo no podemos hablar de ese avance) aún queda mucho que avanzar.
Porque los cambios culturales son muy lentos, antropológicamente hablando. Y
por mucho que podamos votar, ¿quién no ha tenido que escuchar en su vida algo
como “vete a fregar”? Son herencias culturales, manchas, más bien, que tardan
mucho más años en desaparecer, y más cuando el cambio se ha conseguido mediante
la lucha, pero en el poder siguen los mismos, a los que no les interesa tanto
que las cosas cambien, y regalan a su público la ilusión del gran cambio que ha
habido para que se muestren conformes. Sin embargo, las formas de esclavitud
cambian. Ahora a la mujer se le esclaviza mediante la imagen. Y ¿quién mueve
los hilos para que sea así? Unos pocos ricos.
Sin embargo,
no es la intención de este artículo profundizar en esos temas, que bien darían
para una tesis doctoral, sino en ejemplos más cercanos y visibles. Esta semana
se ha publicado un estudio acerca de las violaciones en la comunidad
universitaria estadounidense. El estudio refleja que 1 de cada 5 estudiantes
universitarias sufre una violación o agresión sexual. 1 de cada 5. Esa
proporción da miedo. Pero no hay que cruzar el charco, ni hay que leer estudios
sociológicos. Este fin de semana, sin ir más lejos, volvía a casa con dos
amigas, por pleno centro de la ciudad, cuando un tipo tuvo a bien gritar “¡qué
culo tienes!”. Y ese es el pan de cada día. No hay momento en el que vayas sola
por la calle, si es de noche más, sola o sin presencia masculina, en el que
algún garrulo va a sentirse en su derecho de opinar sobre tu cuerpo. De
cosificarte. De tratarte como un objeto sexual. Hace un par de años, otro
espabilado al que tuve la desgracia de encontrarme más de una vez, no sólo se
conformó con eso, sino que además decidió que tenía que premiarme con su
compañía, y se puso a andar a mi lado, murmurándome todo lo que me haría. Y eso
es violencia. Es violencia porque te hace sentir incómoda, te asusta, y
probablemente si no hubiésemos estado a plena luz del día en medio del barrio,
habría intentado hacerme algo más. Y no es un caso aislado. Es algo que puedo
comentar con cualquier mujer y a todas les habrá pasado algo similar en algún
momento de su vida: El acoso de un tipo en un bar, el que te toquen el culo cuando
vas andando por la calle, los “piropos”, por los cuales al parecer deberíamos
sentirnos halagadas, cuando nadie ha pedido su opinión, ni que te cosifiquen
como un órgano sexual andante. Eso es violencia, y todas lo sufrimos a diario.
Y que no venga nadie a decirme que las mujeres hacemos lo mismo con los
hombres. Porque muchos hombres se sienten en su derecho a hacer eso. Y repito
que no es algo aislado. Claro que hay hombres que no son así, no veo a ninguno
de mis amigos cercanos haciendo eso, pero es una tendencia muy generalizada.
De hecho,
por lo visto existe un hombre que se dedica a hacer tutoriales en Youtube de
cómo asaltar a las mujeres. Porque según él, las mujeres no sabemos lo que
queremos, y cuando decimos no, en realidad sí que queremos, que él sabe más que
nosotras. Podríamos pensar que es un colgado, pero no, tienes miles y miles de
suscriptores en su canal, y el tío va dando hasta charlas sobre esto. En plan
coaching. Repito; miles y miles de suscriptores.
Así que
invito a la reflexión, a que consideres, tú que estás leyendo, la importancia
de ser y llamarte feminista.