No sé si como española, teniendo el percal que tenemos en
este país, tengo licencia para opinar sobre lo que ha pasado en Estados Unidos.
Sin embargo, como ciudadana del mundo globalizado en el que vivimos, me siento
en la obligación de hacerlo, para quién pueda interesarle.
El problema no es Donald Trump, sino la idea de lo que
representa. Es homófobo, racista, misógino y otras muchas lindezas bajo ese
peluquín. Mi primera reacción es pensar en cómo ha podido votarle la gente:
cómo han podido votarle las mujeres, los negros, los latinos, los gays, sin
olvidar, por supuesto, a los musulmanes… Cómo de desencantada tiene que estar
una población para votar a un hombre que te acusa de criminal, de objeto
sexual, y pasar por alto todo eso. En Europa nos rasgamos las vestiduras
mientras de puertas para dentro en nuestro continente la ultraderecha y el
fascismo van ganando territorio. Pero el problema que vemos es que el discurso
de Trump se parece al de Hitler.
Y sí, eso es un grave problema, teniendo en cuenta que
Estados Unidos es la gran potencia mundial. Pero no es sólo el discurso de
Trump. La cantinela de que es hora de que los habitantes de un país trabajen
por sí mismos, que luchen por sí mismos, que recuperen lo que es suyo, que los
inmigrantes vienen a robar el trabajo etc… es vieja, y no sólo se oye al otro
lado del charco. En Europa lleva oyéndose casi un siglo. Desde que Hitler ganó
las elecciones en 1933 (o desde que Mussolini entró en escena en el 22). Es el
estribillo que se repite en toda época de descontento. Trump habla de hacer
grande de nuevo los Estados Unidos, que han perdido su estrella del sueño
americano. Hitler hablaba de hacer sentir orgullosa a la Alemania del presente,
en vez de sólo añorar la grandeza del pasado. Ambos apelan a las clases medias,
tratando de sacarlas de su desilusión, y ambos lo lograron, alegando que ambos
pueden acabar con el desempleo. Ambos apelan a la unidad y al engrandecimiento
como nación. Eso es populismo. Decirle al pueblo lo que quiere oír en momentos
de crisis. Y además, de paso llenar sus oídos de odio contra aquel que no sea
un hombre blanco heterosexual. Es probable que muchas personas en Estados
Unidos no sepan que Hitler fue elegido democráticamente y ganó por goleada. Y
todos sabemos cómo acaba la historia. Comparto el link del discurso de victoria
de Hitler. El de Trump podéis verlo en directo en Youtube ahora mismo.
Sólo comentaré una frase ampliamente conocida, y a la que
sin embargo nadie parece hacerle caso: Quién no conoce su historia está condenado
a repetirla.
Sin embargo, lo preocupante no es un loco dando discursos grandilocuentes,
lo preocupante es toda la gente que le sigue enfervorecida. Porque ¿cuál era la
alternativa? Hillary Clinton no ha conquistado al público porque está salpicada
por la corrupción y tiene las manos manchadas por la guerra. Hastío. Hastío político
es lo que hay. Tal vez si Bernie Sanders hubiera ganado las primarias, el
resultado hubiese sido diferente. Pero el voto de castigo existe, y es
simplista: Si no me das lo que quiero voto al otro. No pienso más allá. Es una
representación del mundo binario en el que vivimos. O blanco, o negro. O malo,
o peor. Y aquí tenemos a un hombre, a la cabeza de la primera potencia mundial,
que ha sido votado a pesar de atentar en su discurso contra toda corrección,
legalidad, y derechos humanos, para castigar
al régimen establecido. Algo hemos hecho de forma catastrófica como especie.
Como sociedad. Como democracia. No sólo en Estados Unidos. En Occidente, a
nivel global.
Veremos qué pasa. Sólo puedo pensar en lo enfermo que está
el mundo para que el síntoma más visible tenga una peluca amarilla, piel
naranja y se llamé Donald Trump.