La culpa fue de Julio Verne. Metiendo en mi cabeza todas
esas ideas de lugares exóticos y viajes interminables llenos de aventura. Sí,
definitivamente fue culpa suya, entre otros. ¿Por qué si no esa fijación con viajar? ¿Por
qué convertir lo que podría llamarse afición en uno de los ejes de mi vida?
¿Dónde está la línea que divide el hobby de la pasión? Supongo que la
diferencia está entre ver y observar. Entre pasar y vivir. Entre rozar y calar.
En el afán de descubrir, de conocer. ¿Por qué quedarse parado en un solo sitio
cuando el mundo es tan inmenso y maravilloso? Yo no me voy de vacaciones. Yo
cojo aire y me sumerjo en una burbuja de oxígeno que aspiro con todas mis
fuerzas para que me dure hasta el siguiente viaje. Es salir de las
profundidades del océano a la superficie. Conocer a personas totalmente
diferentes a mí, y a la vez tan iguales. Hablar en otros idiomas, probar nuevos
sabores, aprender, aprender tanto que empape, pasar la fase inicial de
delicioso desconcierto hasta llegar al entendimiento, y sentir como se abre una
nueva dimensión en mi mente. Viajar no es sólo una acción física. El señor
Julio Verne, entre otros, me enseñó que viajar es aprender a ver con la cabeza,
no con los ojos. Y sentir. Sentir mucho.
Sentir muy fuerte. A veces el torrente de emociones se desboca como un caballo
salvaje y arrasa en tu interior, y deseas reír a carcajadas o llorar mil mares,
a veces todo a la vez. Viajar es parte una lucha. Un lucha contra la
indiferencia, contra la ignorancia, contra el inmovilismo. Viajar es crecer,
evolucionar, ir abriendo puertas de uno mismo ante situaciones inesperadas,
descubriendo que tienes todas las herramientas que necesitas en algún lugar
dentro de ti. Viajar es adaptarse, escuchar antes de hablar, respetar, tratar
de entender. Viajar es saber. Viajar es amar. Así que en resumidas cuentas,
viajar es vivir.