Alberto mira el reflejo de las torres afiladas en el agua
cristalina del río y se pregunta cómo será sentirse de algún lugar. El puente
es su lugar favorito. Le gusta sentarse a escuchar el murmullo del agua, que le
arrulla canciones secretas que sólo él y las aves son capaces de entender. Sus
padres han vuelto a discutir. Los ha escuchado cuando ha llegado de la
universidad: Andrés, su padre, quiere volver a España. Son demasiados años en
el exilio. Beatriz, su madre, se niega. Ahora Pau es su hogar. Y no quiere volver
a pisar España hasta que Franco esté muerto.
Alberto desearía volver a España, aunque no se puede volver
a un lugar en el que nunca has estado. Aunque
ha visitado Madrid en sus sueños, transportado por la añoranza de las
fotografías decoloradas de su padre. Él es francés. Nació allí, en Pau, al
igual que su hermana mayor, dos años antes que él. Son veintidós años de vida
en Francia, y sin embargo, desde el colegio, todo el mundo le ha llamado el
español. No como algo malo o discriminatorio. Simplemente como la constatación
del hecho de que no pertenece allí. Su nombre suena extraño en la boca de sus
amigos y compañeros. Su apariencia es distinta. Piel demasiado morena, ojos
demasiado negros. A
na siempre se ha sentido como en casa. Igual que su madre.
Las mujeres en su familia tienen una maravillosa capacidad de adaptación ante
la adversidad. Pero él, como su padre, carga con la losa de la desubicación. Y
aunque no lo dice, cree que la suya es más pesada. Su padre es de Madrid, se
siente de Madrid. Añora su hogar. Alberto no siente que tenga un hogar. Está en
medio de dos mundos; la idealización de la tierra de sus padres, en la que él
no tiene verdaderas raíces, y Francia, en donde ha nacido y crecido, dónde se
graduó, se enamoró por primera vez, y perdió la virginidad; el lugar donde
todas sus experiencias han tenido lugar, siempre sordas al zumbido de búsqueda
de identidad.
Pero últimamente el zumbido se ha hecho más fuerte, y cada vez es
más difícil de ignorar.
Contempla la foto que ha tomado con su Polaroid, su último
regalo de cumpleaños. Es su propio reflejo en las aguas cristalinas del río.
Una mata de cabello oscuro y rizado asomándose tras la caja negra de
inmortalidad. ¿Quién soy?- se pregunta. Podría ser cualquiera.
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