martes, 28 de octubre de 2008

The show must go on

Aparentemente está tranquila. Aparentemente. Pero le sudan las manos y tiene un nudo en el estómago. Yo lo peor de todo; ese ligero temblor de piernas que le hace sentir inestable.
Sin embargo, ninguno de los que la rodean es consciente de ello. De hecho, todos están asombrados por su aplomo y serenidad. "Es increíble" murmuran cuando pasa "que no esté nerviosa con lo joven que es".
Si ellos supiesen que está repasando frenéticamente el guión en su cabeza, un busca del algún vacío, de alguna grieta en su memoria, no pensarían lo mismo.
Porque ella es actriz, y toca represenar el papel de joven madura y tranquila. Aunque en su interior sea un manojo de nervios. Si los demás no lo perciben, todo está bien.
Sube al escenario con parsimonia, aunque es plenamente consciente de cómo crujen los escalones bajo sus pies.
Sale de detrás del telón, y, haciendo caso omiso del temblor, del sudor y del nudo de su estómago, representa su papel.
Lo ha recordado todo. Ha resultado creíble. El público aplaude entusiasmado.

La gente piensa que ser actor o actriz es fácil, pero no lo es. En absoluto.
No consiste en aprender un texto y soltarlo. Tienes que conocer a tu personaje, trabajar en él, desarrollarlo. Dar pinceladas a cada rincón de su personalidad. Tienes que pensar como él, sentir como él. Tienes que practicar su risa y su llanto, cada uno de sus gestos y expresiones. Un actor es en realidad un estudioso del ser humano.
Ha de saber observar, comprender y empatizar.
Ha de meterse literalmente en la piel de otra persona. Ha de transformarse en su personaje. No importa que éste sea una prostituta o una princesa. Un actor no entiende de desprecios o discriminación. En esta profesión se aprende que todos los seres humanos son eso, humanos. Y todos sienten, y piensan, y sufren, y aman, y pasan por la humillación y el orgullo, y deciden, y aciertan, y se equivocan. Todos viven miserias y alegrías.

Algún sabio dijo que la vida es como una gran obra de teatro, en la cada uno interpreta su papel. Ella antes pensaba que era así.
Pero se ha dado cuenta de que estaba equivocada.
Las personas se esconden detrás de máscaras acorazadas porque tienen miedo de que los demás descubran lo que hay detrás. Pero eso es todo.
Se disfrazan, pero no actúan. ¿Cómo lo sabe? Porque si fuesen actores no despreciarían ni odiarían. Entenderían lo mismo que ella por fín ha entendido. Que las máscaras sólo sirven para ocultarnos de nuestros propios errores.

Es hora de que caigan los disfraces. El espectáculo debe continuar.