martes, 23 de septiembre de 2014

Dubliner: Capítulo 5

La recta final. 

El tiempo empieza a empeorar, aunque nunca haya sido demasiado bueno. La gente se vuelve loca cuando sale el sol, yo incluída. 
Mi penúltima semana se vio eclipsada por las anginas. Como siempre, cogiendo lo que no debo en el momento más oportuno. Y sí, fue el viernes. 
Llevaba dos semanas esperando a que fuera Dublin Culture Night, así que aún así, con mi fiebre y mi dificultad para respirar, me planté en el centro dispuesta a darlo todo. 
Y, naturalmente, en general todo salió mal. Había semejante fila que nuevamente me quedé sin ver la antigua biblioteca de Trinity College con el libro de Kells (Juro que antes de marcharme la veré. Es ya una cuestión de orgullo). Así que estuve esperando a Sara y fuuimos Christ Church Cathedral. Ahí sí que pudimos entrar, pero se suponía, según el rpograma, que iba a haber música medieval y decorados y tal, y no había absolutamente nada. Pero bueno, la iglesia la pudimos ver gratis. (No entraré en un monólogo sobre lo que me fastidia pagar para entrar a ver iglesias. Son templos, deberían estar abiertos siempre para que la gente pudiese entrar a rezar cuando le diera la santa gana o la iluminación, y punto). 
Y al salir, estalló la tormenta perfecta. Que en el mes y pico que llevo aquí no había visto diluviar de semejante forma, o si lo ha hecho, no me ha pillado en plena calle. Así que el calarme hasta los huesos no contribuyó en nada a mejorar mi estado febril. Necesitaba un chocolate caliente. No era antojo, era necesidad vital. Así que entramos en una cafetería, y pedí el primero que vi en la carta, en mi despesperación. Resultó que había una palabra delante de "hot chocolate",  y de cuya existencia no me percaté hasta que noté el regusto raro en mi ansiado chocolate. Ponía FIG. Efectivamente. Mi chocolate sabía a higo. No sé a qué genio se le ocurrió la brillante idea de mezclar chocolate con zumo de higo, o lo que narices llevara eso, pero.... FRACASO ABSOLUTO. 
Así que, cada vez más febril y nada reconfortada por un chocolate asqueroso que encima me había salido bien caro (como todo en Dublín, la verdad sea dicha), nos pusimos en camino hacia Abbey Theatre, el teatro nacional de Irlanda, fundado por Yeats y Lady Gregory... uno de los hitos de la carrera, vaya. Pues resulta que hay dos Abbey Theatre. El nuevo, y el viejo. El que buscábamos era el viejo, y como no podía ser de otra forma, no lo encontramos. Y yo pensando... no puede ser tan difícil encontrar el teatro nacional del país. Pues lo era. A lo mejor a los fundadores se les ocurrió ocultarlo con malas artes cuando le daban al ocultismo, o yo que sé. Desde luego, oculto estaba. 
Así que ya en el cúlmen de la despesperación y el delirio de la fiebre, nos fuimos a cenar.  Al menos la cena estaba rica y salió barata, aunque tampoco se realizaban las actuaciones prometidas. Buscaré al redactor del libro de actividades y me vengaré por jugar así con mis emociones. 
Con semejante percal, el sábado me quedé en la cama consumiendo ibuprofeno y vasos de limón con miel, bien envuelta en el edredón. 

Y entonces llegó el domingo, salió el sol, nos dio un subidón de adrenalina ya por la mañana porque no estaba el taxi esperándonos y casi perdemos el bus, y nos fuimos de excursión a las hermosas motañas (aquí a cualquier cosa le llaman montaña, pero lo aceptaremos porque era efectivamente, muy bonito) de Wicklow, a las ruinas monásticas de Glendalough y al pueblo medieval de Kilkeny. Todo maravilloso y en buena compañía.

Lo cierto es que voy a echar de menos a estas chicas. No nos conocemos desde hace tiempo, pero puedo llamarlas amigas. El lo mejor que me llevo de Irlanda. 

Y ahora, otra vez la semana. La rutina. La parte buena es que hay dos chicas españolas que han venido tres meses a hacer prácticas y se quedan en la casa, así que no paso tantas horas en silencio. No sé cómo las niñas sobrevivien al ritmo de cole y tanta extraescolar. Pero el caso es que desde el viernes estoy un poco menos sola los días de diario, aunque sea un ratín por las tardes. 

Por otra parte, me está cundiendo mucho, me quedan sólo tres capítulos para acabar la nueva novela... Al menos los días de lluvia me inspiran.
Y el jueves ya viene mi madre de visita. Pasaremos unos días en Dublín, su cumpleaños incluído, y el lunes volveremos juntas a España. 

Así que este es el último capítulo de mi diario de bitácora. Un país precioso, y una gente estupenda, pero la vida de au pair no es para mí. Así que vuelvo a casa, y a ver qué me espera. Empieza una nueva aventura, aunque sea en terreno conocido: Cömo sobrevivir en España teniendo 24 años y habiéndo acabado los estudios. Ese es el nuevo reto. Allá vamos.




miércoles, 17 de septiembre de 2014

Dubliner: Capítulo 4

Vuelvo a casa.

Hay veces que por muy enamorado que estés de algo, las circustancias no permiten que la historia de amor tenga lugar. Eso es lo que me sucede con Irlanda. Estoy enamorada de este país, de Dublín, y me muero de ganas de recorrerlo de arriba a bajo, de este a oeste, y hasta en diagonal. Me encanta la familia en la que estoy, me encanta la gente a la que he conocido, me encanta la clase de teatro, mi alumna de español y todo... pero no se puede estar bien en un lugar si tu cabeza, tu mente, no está ahí, y eso es lo que me pasa a mí. Por motivos personales, hay situaciones en España que ocupan mis pensamientos 24 horas al día, y casi me siento culpable por estar aquí. Vine aquí para pasar un año pasando el tiempo, porque el trabajo de au pair me ocupa un total de 4 horas diaria entre semana, como mucho, y el resto es pasar el rato. Y pasar el rato puedo pasarlo en cualquier sitio. Vine sin una meta concreta, así que no tengo la sensación de estar tirando la toalla... al contrario, cuando tomé la decisión de volver sentí alivio, como si me hubiese quitado un peso enorme de encima. No es propio de mí, querer volver a casa. Yo, que siempre quiero irme, y cuanto más lejos mejor. A lo mejor venir aquí me ha servido para darme cuenta de que hay una nueva "yo", más madura, que ya no siente la necesidad de escapar. "Home is where the heart is". 

Así que desde que hace una semana decidí que volvía, después de unos cuantos días llorando, estoy más feliz que una perdiz, porque ahora, sabiendo que el final está cerca, me estoy dedicando a disfrutar a tope de los días que me quedan. De la gente, las cervezas internacionales entre risas, las conversaciones, compartir secretos y vivencias...
Voy a echar de menos a estas chicas maravillosas que tanto apoyo me han dado. La buena noticia es que ahora tengo excusa para visitar muchos lugares del mundo, porque al fin y al cabo, las amistades que se crean en situaciones límites, y estar sola en un país desconocido se considera situación límite, no se rompen jamás. 
El domingo nos fuímos a Galway y Connemara. Ay, Connemara. Ay, Irlanda. Cómo puedes ser tan bonita. Cómo pueden ser los irlandeses tan buena gente. Fue una paliza de viaje, porque al ser en el día madrugamos muchísimo. Pero mereció la pena. Este viernes el la noche de la cultura en Dublín, y el domingo nos vamos a las Wicklow mountains, lugar de rodaje de Braveheart, a morir de amor. Y entre semanas cafés, pastel, pelis, charlas... lo que se pueda. 
Así pues, a darlo todo, que aún me queda semana y media.


martes, 9 de septiembre de 2014

Dubliner: Capítulo 3

Hoy todo va del 3. He empezado el trecer libro de 1Q84 (Murakami me tiene cautivada, aunque Tokio Blues siga siendo mi favorito), he escrito el tercer capítulo de mi nueva novela y este es el tercer capítulo de mi blog. Después de pasarme toda la tarde escribiendo y haberme perdido la clase de teatro por el brote de inspiración, tengo los sesos más que exprimidos, pero siento que debo escribir.

En fin. Mi vida se resume en levantarme, desayunar con las niñas, hacerles trenzas, llevarlas al cole, volver a casa, hacer algunas tareas, tiempo libre, tiempo libre, tiempo libre... ir a buscar a la niñas, ayudarlas con los deberes, y tiempo libre, tiempo libre, tiempo libre. La buena noticia es que la semana pasada empecé las clases de teatro y salí encantadísima. La otra buena noticia es que mi por ahora única alumna de españoles encantadora y tiene muchas ganas de aprender, así que las cosas van fluídas, y la última y más importante buena noticia es que tengo amigos. ¡Sí! ¡Arriba la vida social! Estoy conociendo a mucha gente valiosa y muy interesante, y no hay nada que me guste tanto como "descubrir" personas.

Por otra parte, a pesar de que estoy contenta y entregada a hacer cosas que me gustan, por primera vez en mi vida me he ido de casa y lo echo de menos. Es decir, suena duro, pero normalmente cuando me voy, me voy tan contenta. Ya me empezó a pasar estando en Camerún. Tal vez sea que me hago mayor, pero más fuerte que mis ganas de volar está siendo lo a gusto que estaba yo por primera vez en Zaragoza. Y eso el lo extraño. Porque suelo estar bien, pero con las miras puestas en otra parte. Y ahora estoy en otra parte pero con el corazón puesto en Zaragoza. Pero supongo que esa extraña melancolía es la que andaba buscando como fuente de inspiración al venirme, así que no me quejo. Pero que sepáis que vosotros sóis los causantes de mi melancolía. Sí, vosotros me hacéis echaros de menos. Ahora que ha empezado septiembre, extraño a mis filólogos. Mucho. Y a mis amigos que rulean. Y a mi familia. El otro día casi lloro porque mi madre me mandó una foto de mis bichos. Estoy especialmente sensible.
Aunque al menos ya he acabado con las crisis existenciales de qué hago aquí y para qué habré venido. En mi mente todo vuelve a tener forma y a estar estructurado. El problema comienza cuando los sentimientos no lo comparten al 100%. ¡Vamos literatura! ¡Ambiente melancólico creado!

Por lo demás, llevamos casi con dos semanas de sol y pocas lluvias. Eso sí. Un frío que pela. Ayer había escarcha en la hierba por la mañana. No quiero pensar en el invierno. De verdad que no.


martes, 2 de septiembre de 2014

Dubliner: Capítulo 2

Si os imagináis una bebida soluble, sabéis que cuanto más caliente esté, más rápido se disuelven los polvitos en cuestión. Si está fría no se disuelve, por más que le des vuelta. Pues con mi vida aquí ha pasado un poco parecido. Hasta que no ha hecho unos días de buen tiempo no me he empezado a sentir inmersa en la vida de aquí.
Puede que sea el periodo de adaptación, mi síndrome premenstrual, que no estoy hecha para los días grises o un poco de todo, pero si pudiese definir mi estado de ánimo durante la última semana y media sólo tendría una palabra: bipolar.
Y es que es extraño como pasas de la euforia más absoluta al drama más oscuro en apenas segundos y sin darte cuenta. 
Lo bueno de empezar de ceroes que no arrastras nada, tienes libertad absoluta. Lo malo, porque todo tiene dos caras en esta vida, es que al no haber nada, todo, hasta un detalle insignificante, importa. Para bien o para mal. Supongo que es la gracia del asunto. Ya sabía que no todo iba a ser felicidad y armonía... Es más... Feliz soy, pero ¿cuándo ha habido armonía en mi vida? A veces pienso que inconscientemente busco el drama. No se pueden sacar historias de donde no pasa nada.Y yo colecciono historias. 

Sea como sea, parece que ya está todo encauzado. La familia con la que vivo es adorable, no había podido tener mejor suerte. Hay familias que pagan mejor, pero yo trabajo poco y ellos son encantadores. Y ni por todo el oro del mundo me iría a una casa en la que no me sienta en casa. He tomado la decisión de secuestrar a las niñas cuando me vaya, porque me las comería. Eso sí, las tendría que meter en sacos separados, porque son un amor, pero cuando no están juntas. Cuando estás juntas te sientes como al avismo de la Tercera Guerra Mundial, porque no son capaces de estar juntas y que pasen 3 minutos sin empezar a pelearse. Además Orlaith, la mayor, tiene el peor despertar que he visto en mi vida. Ni si quiera la Romi se levanta de tan mal humor. A esta no le puedes hablar ni aunque haya desayunado, hasta que no vuelve del colegio está con el modo ogro puesto. Y luego sufre una transformación y se convierte en una niña de 10 años sensible a la que le encanta leer, dibujar, el arte y bailar. Niamh, la pequeña, es un bicho. Está todo el rato haciendo el tonto y gastando bromas. Es una niña que querría ser niño, porque cierto machismo que rodea el mundo infantil hace que los deportes que puede practicar sean limitados. No hay equipos femeninos de casi nada. 

Mis mañanas en casa son bastante rutinarias. Me levanto, despierto a las niñas, las llevo al cole (eso esta semana, porque la semana pasada aún no iban al cole e íbamos al cine, jugábamos a cosas, pintábamos, organizabamos cenas y preparábamos postres...) luego vuelvo a casa, hago las tareas rápidamente y tengo toda la mañana de relax. Hago mis ejercicios de yoga que mi espalda está agradeciendo profundamente, leo, escribo, veo series o pelis, y hoy he empezado a estudiar para el Proficiency. En fin, esos ratos para mí que echaba de menos en España. Luego las voy a buscar al cole y hago con ellas los deberes hasta que llega su madre. Niamh es disléxica, así que necesita ayuda constante para deletrear. Orlaith va a un cole cuyas clases son en irlandés, así que mucha ayuda no puedo prestarle. 
Mañana además empiezo a dar clases de español a una mujer de este barrio. 

Las tardes son variadas, abiertas a la improvisación. Hoy por ejemplo voy a ver si por fin encuentro lo de las clases de teatro ahora que ya sé seguro dónde se imparten. El resto o quedo con gente (es maravilloso haber conocido ya a alguien) o me doy un paseo o sigo dedicándome a mi retiro espiritual. 
Los findes son para ir a Dublín centro. Entre semana si no sólo voy los martes, porque vivo en un barrio a 15km, el autobús vale una pasta, (y es de línea, que conste) y a pesar de que el domingo encontré la forma de ir en bici, me sigue costando una hora ir y otra volver. 

Y por lo demás, la semana pasada tuve un poco de mala suerte: no encontré el teatro, el instituto Cervantes estaba cerrado, no encontré los libros, me picó una avispa en la oreja (hoy se me ha posado una en el hombro, pero mi inmovilidad la ha confundido y me ha dejado tranquila) se me rompió una tortilla de patatá , me quemé con la sartén... pero al menos conocí a varias personas, y gané mucha confianza con los padres. Y al fin y al cabo, todo se hace más llevadero si no estás solo. 

Así que después de un torbellino de emociones, de llorar, rabia, alegría y entusiasmo a partes iguales, puedo decir que el sábado empezó mi vida como tal en Dublín, y tengo que decir que a pesar de momentos de crisis y de echar de menos, me gusta estar aquí. 

No deja de ser un año de reflexión, así que supongo que atravesaré varias crisis existenciales más... Pero sólode las crisis sale uno renovado y más fuerte. 
A eso me expongo voluntariamente.