jueves, 28 de febrero de 2013

Destino

El destino es para los cobardes. Para aquellos que no saben asumir que sus acciones tienen consecuencias. Para aquellos que prefieren sentarse a esperar y ver la vida pasar, y si en el camino, alguien se topa con ellos, pasan el rato. Y ¿para qué mirar más allá? Mirar hacia abajo, hacia los pies de uno, es algo conocido, cómodo, y seguro. 
El destino es para los cobardes. Para los que tienen miedo de lo que la vida les pueda deparar. De estar solos. De sufrir. De quedar atrapados en la rutina, en el color gris. Creer que todo lo que tenga que ser será, y lo que tenga que pasar, pasará, no es otra cosa que una manera de postergar el hecho de pensar.
El destino es para los cobardes. Para aquellos que no se atreven a luchar por miedo a fracasar. Es curioso como hay personas que rechazan por completo la idea de Dios, o de cualquier otro ente superior, pero creen fervientemente en la posibilidad de que nuestro futuro esté escrito. ¿Escrito dónde y por quién? Asumir que estamos predestinados implica directamente la existencia de un poder superior. 

Son las acciones y sus consecuencias las que desencadenan los acontecimientos que vivimos. Las propias y las de los demás. Formamos parte de un complejo engranaje de decisiones y circunstancias en muchos casos ajenos a nosotros mismos, pero que nos repercuten directamente. Y sin embargo...Somos libres. El ser humano es siempre libre. Cada individuo es libre de elegir, en última instancia cómo actuar. Creer en el destino es negar por lo tanto la existencia de la libertad. Porque si estamos predestinados, en realidad no elegimos, sino que escogemos la opción que estábamos destinados a escoger.

" ... Me gusta pasear sola. Hay quien no lo soporta. A mí me encanta el sonido de mis pensamientos, de la maquinaria del cerebro trabajando a toda velocidad. Me lo imagino como si fuera un motor de vapor, silbando, renquenado, traqueteando. A veces, con mucha suerte, puede que también se oiga trabajar al corazón. Aunque ese motor es mucho más pesado y hace tiempo que se oxidó. 
Estoy sola, y estoy triste. Pero yo no asocio la tristeza con algo malo. Se puede estar infinitamente triste, y ser inmensamente feliz. La tristeza te permite entender mucho mejor las cosas... Y sobre todo, te abre el mundo de la belleza. La tristeza es una pasión tranquila. 
Como artista, soy mucho más creativa cuando estoy triste. La alegría está llena de distracciones. Es por eso que la tristeza y la soledad van de la mano. Lo cual no deja de ser paradójico, porque de la soledad nacen cosas nuevas, cuando nuestra concepión del mundo se basa en la unión entre dos para crear vida. 
Yo elegí libremente ser artista, así que acepté mi condición como persona triste y solitaria. Así estoy rodeada de belleza; belleza brutal y salvaje que lo envuelve todo. Así puedo plasmar esa belleza, y sentir que, de algún modo, trasciendo. Me hago inmortal.
En el fondo, soy capaz de ver la belleza única que encierra cada persona. ¿No es por eso por lo que buscamos la compañía de los demás? ¿No es por ver en el reflejo de sus ojos nuestra propia belleza? Somos espejos. Y yo soy un espejo polifacético. Multireflectante. 
Y por dentro, mi pensamiento y yo nos entendemos. Y eso me hace feliz..."

El destino es para los cobardes. Para aquellos que no se atreven a ser libres. Para aquellos que no se atreven a vivir.

jueves, 21 de febrero de 2013

Madrugadas.

Madrugadas de ensoñaciones que recorren el pasado como si de una película en blanco y negro se trataran. Tan cerca, y al mismo tiempo tan lejos. Sería mucho más romántico si escribiera desde un ático en Monmarte con París a mis pies. Pero al parecer, se me cayó el romanticismo del bolsillo en el camino hasta aquí.
Quiero escribir acerca de tantas cosas que cada vez que lo intento se me arremolinan los pensamientos y se niegan a salir. Así que pido disculpas, porque este no será mas que otro vano intento de ordenar esas ideas que necesito escupir. Porque me colapso. No puedo pensar, ni hablar, ni escribir. Casi no puedo ni sentir. 

Me gustaría escribir sobre los años en los que me sentía inmortal, infinita. Transcendental. Esos en los que parecía que nos íbamos a comer el mundo. Esos en los que éramos una familia, en los que Zaragoza se rendía a nuestros pies y le hacíamos el amor a las calles con nuestras mil y una conversaciones sobre todo y nada. Con nuestras mil y una risas, nuestros secretos, nuestras inquitudes, nuestras esperanzas. Había un vínculo especial entre todos nosotros. Formábamos algo entre todos. ¿Con quién sales? Con éstos, con quién va a ser. Menuda pregunta. Eramos jóvenes, y nos sentíamos eternos. Los momentos épicos de la Acampada de Zaragoza... esa sensación de poder, de cambio, de que estábamos haciendo historia, marcando un antes y un después. Ahora somos jóvenes todavía, pero la ilusión ya no es tan brillante. Solíamos volar demasiado cerca del sol, y acabó quemando nuestras alas. Ahora la vida nos separa, y cada vez nos quedan menos energías para luchar por algo que no sea nuestra propia supervivencia. La jungla de Darwin. Sólo los más fuertes sobreviven. Unos se han ido a Madrid. Otro a San Sebastián. Otra a Bruselas. Otro a Suiza. Otra está a mitad de camino entre Zaragoza y Bilbao. Otros dos hicieron silencio de pronto, porque había demasiado ruido en sus mundos interiores, y necesitan solucionarlo. Y todavía existen momentos, cada vez más espaciados, en los que nos juntamos. Y todo parece estar bien. Supongo que por eso voy a hacer mi trabajo sobre Virginia Woolf, porque al igual que ella pienso que sólo cuando estamos todos juntos, estamos completos, y podemos transcender. Sólo entonces vuelve a estar el mundo a nuestros pies. No tengo otra forma de entender la amistad. Éramos una manada. Uno para todos, y todos para uno. La unión hace la fuerza. Aunque cada vez son más escasos los momentos en los que siento eso. Cada vez tengo que luchar más contra mí misma para convencerme de que eso fue real, no sólo una ilusión. Existió, una vez. No hace tanto tiempo. 
Pero formamos parte de eso que llaman la generación perdida. Ahora somos adultos y estamos chocando con la cruda realidad del mundo podrido en el que vivimos. Los ideales no triunfan. Los malos siempre ganan. Nunca tendremos igualdad de oportunidades, porque no hemos nacido ricos ni con contactos. Tenemos que pelear por absolutamente todo. Y eso nos desgasta. La crisis nos afecta a nivel psicológico. Es algo real. Esa sensación de cinismo, de desesperanza. Estamos acabando la universidad, o ya la hemos acabado. ¿Y ahora qué? Es como si hubiera un dementor sobre nuestras cabezas robándonos poco a poco la energía vital, la alegría, las ganas de seguir luchando. Y sólo nos queda eso, aferrarnos a nuestros recuerdos felices. Pensar en algo bonito.Y comer chocolate para matar las penas. Hasta que se nos acabe la calderilla para abastecernos de cacao. 

Y me gustaría escribir sobre mí. En menos de dos meses cumpliré 23. Vaya. 23. No me importó cumplir 19, ni 20, ni 21, ni 22. Es más, cada año que pasaba era más feliz. Pero cumplir 23 es una fecha determinante. Cuando era pequeña solía imaginar que al cumplir 23 acabaría la carrera, y ya tendría la vida resuelta. Podría vivir, hacer lo que quisiera, ser completamente libre. Voy a cumplir 23, y tengo la sensación de que no sé una mierda, hablando mal y pronto. Me sentía mucho más lista hace unos años, mucho más madura, mucho más orgullosa de mi forma de ser. Ahora me doy cuenta de que lo que decía Oscar Wilde era cierto: "Ya no soy tan joven como para creer que lo sé todo". He aprendido tanto, tantísimo estos últimos 5 años. He vivido tantas experiencias, he conocido a tanta gente, he crecido tanto. Parece que estoy a años luz de esa chica de 18 años que se hizo la maleta muy convencida y se marchó a la otra punta del mundo, porque no le tenía miedo a nada, y aunque lo tuviera, el orgullo era mucho más fuerte, y "por mis narices que lo hago". Y sin embargo, cuanto más cosas sé, cuanto más descubro, cuanto más vivo, más consciente soy de todo lo que me queda por aprender. De que en realidad no sé nada. De que no estoy en en paz con el mundo, que cada día es una lucha continuada. Quería comerme el mundo, y el mundo se me está comiendo a mí. 
Y me canso. Hay días en los que estoy muy cansada. Por las mañanas a clase, por las tardes a trabajar, y en las horas libres que me quedan, me apunto a mil y una historias para mantener el intelecto satisfecho. A mí nadie me va a regalar nada jamás. Para hacer las cosas que quiero siempre tengo que invertir sangre, sudor, y lágrimas. Y cuando a pesar de los esfuerzos constantes, la vida te sigue pegando puñetazos en el estómago que te dejan sin respiración, hay días en los que te preguntas: Y todo esto... ¿para qué.¿Qué sentido tiene? Y luego te obligas a tí mismo a seguir caminando. Existencialismo puro y duro. 

Porque, y eso es algo que tuve que aprender hace muchísimos años... aunque duela, no queda otra que seguir caminando. Porque la vida no se va a quedar esperando.

martes, 19 de febrero de 2013

A veces.

A veces, yo me crecía tanto que te hacía sentir chiquitito.
A cambio, yo siempre era chiquitita entre tus brazos. 

sábado, 2 de febrero de 2013

La vacuidad del tiempo.

Nada es para siempre. Todo es efímero, fugaz, transitorio, mortal. Nos empeñamos en hacer mil promesas que nunca podemos cumplir. Promesas que mueren con nosotros. ¿Cómo vamos a crear la eternidad de algo cuando nosotros mismos tenemos un final? 
Te querré siempre. Siempre seremos amigos. Nunca te mentiré. Nunca te fallaré. Porque nunca es la negación de siempre, pero a efectos tienen la misma duración. La de un suspiro aletargado barrido por el viento. Todas esas palabras están vacías de significado, pues su esencia es imposible en sí misma. Palabras que mueren con nosotros. Que mueren cuando mueren nuestras sensaciones, nuestras ideas, cuando dejamos atrás una parte de nosotros mismos. ¿Qué es crecer sino el lento acercamiento a nuestro último aliento? Mudamos de piel. Soltamos veneno. Veneno que a veces es dulce y adormece, y otras veces toruta y escuece. Esa es nuestra vida. Eso son nuestras palabras. No somos mas que víboras atrapadas en su propia consciencia de que el tiempo pasa.
Estamos aquí, y ahora. Pero el pasado nos pesa y el futuro nos ahoga. Y el emplazamiento espaciotemporal es sólo una invención más del ser humano para tomar conciencia de la realidad. Como cuando escribes un libro. Lo primero que tienes que pensar es dónde, cuándo. Y de ahí suele surgir el quién. O si el quién surge primero, la contextualización viene de su mano. Porque somos incapaces de percibir el mundo que nos rodea sin definir bien el tiempo y el espacio. ¿Qué es la realidad? Es la imagen distorsionada que nuestra mente elabora de algo. Y nuestra mente puede equivocarse. Y lo hace tan a menudo. Aunque de eso no nos damos cuenta casi nunca. Y digo casi. 
Estamos aquí, y ahora. Y lo único que podemos conseguir es que las sensaciones sean agradables, para que nuestro cerebro cree la idea de felicidad. Y la broma más cruel de la vida, es que es entonces cuando el tiempo decide acelerarse, porque los relojes no lo cuentan, pero así es como sucede. Y cuando somos desgraciados se ralentiza, para desesperarnos. El lo que se llama el tiempo mental. Y por mucho que digan la leyes de la física, es el que realmente importa. 
Estamos aquí, y ahora. Carpe Diem. Bébete las horas, los minutos, los segundos, como si fueran el elixir de la vida. Libérate de la apatía, y vive cada momento como si fuera el último. Ríe con ganas. Ama con fuerza. Lucha con pasión. Llora con emoción. Siente intensamente. Y sufre. Porque es el dolor el que nos enseña lo qué es sentirse realmente feliz. Y hasta el dolor merece la pena. Si duele, es que estás vivo. Y el dolor, igual que la vida, no dura para siempre. Porque nada es eterno. Nada es para siempre.