sábado, 2 de febrero de 2013

La vacuidad del tiempo.

Nada es para siempre. Todo es efímero, fugaz, transitorio, mortal. Nos empeñamos en hacer mil promesas que nunca podemos cumplir. Promesas que mueren con nosotros. ¿Cómo vamos a crear la eternidad de algo cuando nosotros mismos tenemos un final? 
Te querré siempre. Siempre seremos amigos. Nunca te mentiré. Nunca te fallaré. Porque nunca es la negación de siempre, pero a efectos tienen la misma duración. La de un suspiro aletargado barrido por el viento. Todas esas palabras están vacías de significado, pues su esencia es imposible en sí misma. Palabras que mueren con nosotros. Que mueren cuando mueren nuestras sensaciones, nuestras ideas, cuando dejamos atrás una parte de nosotros mismos. ¿Qué es crecer sino el lento acercamiento a nuestro último aliento? Mudamos de piel. Soltamos veneno. Veneno que a veces es dulce y adormece, y otras veces toruta y escuece. Esa es nuestra vida. Eso son nuestras palabras. No somos mas que víboras atrapadas en su propia consciencia de que el tiempo pasa.
Estamos aquí, y ahora. Pero el pasado nos pesa y el futuro nos ahoga. Y el emplazamiento espaciotemporal es sólo una invención más del ser humano para tomar conciencia de la realidad. Como cuando escribes un libro. Lo primero que tienes que pensar es dónde, cuándo. Y de ahí suele surgir el quién. O si el quién surge primero, la contextualización viene de su mano. Porque somos incapaces de percibir el mundo que nos rodea sin definir bien el tiempo y el espacio. ¿Qué es la realidad? Es la imagen distorsionada que nuestra mente elabora de algo. Y nuestra mente puede equivocarse. Y lo hace tan a menudo. Aunque de eso no nos damos cuenta casi nunca. Y digo casi. 
Estamos aquí, y ahora. Y lo único que podemos conseguir es que las sensaciones sean agradables, para que nuestro cerebro cree la idea de felicidad. Y la broma más cruel de la vida, es que es entonces cuando el tiempo decide acelerarse, porque los relojes no lo cuentan, pero así es como sucede. Y cuando somos desgraciados se ralentiza, para desesperarnos. El lo que se llama el tiempo mental. Y por mucho que digan la leyes de la física, es el que realmente importa. 
Estamos aquí, y ahora. Carpe Diem. Bébete las horas, los minutos, los segundos, como si fueran el elixir de la vida. Libérate de la apatía, y vive cada momento como si fuera el último. Ríe con ganas. Ama con fuerza. Lucha con pasión. Llora con emoción. Siente intensamente. Y sufre. Porque es el dolor el que nos enseña lo qué es sentirse realmente feliz. Y hasta el dolor merece la pena. Si duele, es que estás vivo. Y el dolor, igual que la vida, no dura para siempre. Porque nada es eterno. Nada es para siempre.

No hay comentarios: