miércoles, 2 de diciembre de 2015

Nos vemos en el Chipre

Las bicicletas aparcadas, los transeúntes que se agazapan tras sus bufandas luchando contra el cierzo, la fuente olvidada en la plaza, el hierro forjado de las farolas robando protagonismo al manto dorado de las hojas, que se alza majestuoso ocultando los balcones de las casas.

Esa es la postal tras la cristalera. Tal vez fue lo que nos atrajo magnéticamente, o tal fuera la madera. O los tranvías dibujados, o las fotos viejas. Los espejos, las escaleras a sótano donde se encuentra nuestra fotografía preferida. Esa de las mujeres desnudas posando en fila. Esa que Marco encontró en Roma y me trajo como homenaje a nuestro sitio, a nuestro café.

El lugar de los planes locos y las confidencias. El lugar del café, el chocolate y los batidos gigantes.

En verano o en invierno.

Nos encontramos aquí como refugio común en el mundo cuando nuestros caminos se bifurcan.
El Chipre esconde muchas historias, entre ellas; la nuestra. La de todos los que pasamos por aquí, compartiendo risas, secretos, ilusiones y alguna que otra lágrima ocasional.

En los años dorados de nuestra temprana juventud, antes de sentirnos agobiados por el peso de ser adultos, cuando nos creíamos invencibles, capaces de conquistar el mundo.... aquí tomaban forma nuestros sueños.

Así que a la próxima: Quedamos en el Chipre.

martes, 17 de noviembre de 2015

Luto

Me resulta difícil escribir, por el bombardeo de información que recibo a diario a través de todos los medios, por la conversaciones que oigo o en las que participo.

El viernes lloré. Lloré por la noche y no conseguía dormirme. Los minutos de angustia que pasé hasta que supe que todos mis conocidos estaban bien son sólo una milésima parte de la angustia desgarradora que sienten los familiares y amigos de los que ya no volverán. E igual que lloré el viernes, lloré el domingo, oyendo a un hombre mayor hablar en Salvados desde el campo de refugiados de Zaatari, diciendo que él ya ha vivido, pero que a los niños les han arrebatado el futuro. Y lloré el miércoles pasado cuando dijeron en las noticias que Estado Islámico había matado a más de veinte niños sirios por no querer unirse a ellos.

Lloro muy a menudo, estos días. Lloro de rabia, y frustración, y tristeza infinita. A veces lloro por dentro. Otras veces las lágrimas físicas me alcanzan. Porque como leí por ahí, parece que el concepto de humanidad sólo existe en los libros.

Pero sobre todo, lloro por las reacciones. Algunos se han puesto la bandera de Francia como forma de expresar solidaridad. Otros los han criticado por ello, alegando que nadie se pone bandera de los países en los que ocurren masacres a diario. Para reforzar esa idea, se han cuadriplicado el número de noticias de ataques y asesinatos, compartidas cien veces para demostrar lo poco hipócrita que es uno, porque le da la misma importancia a las víctimas. La reacción de los primeros, los de la bandera, ha sido criticarles también por no respetar su elección e ir de progres.  Y el momento de duelo se ha convertido una vez más en una lucha de a ver quién muestra más solidaridad en las redes sociales. No todo el mundo lo ha hecho, evidentemente. Pero he visto la reacción en repetidas ocasiones.  

Luego han estado las conversaciones. De pronto todos somos expertos en política mundial. Todos estamos perfectamente enterados de lo que pasa en el mundo, y de en qué consisten los conflictos. Además de la oleada de racismo. Además de palabras como “putos moros”. Entre otras lindezas. Y las discusiones sobre si la guerra es necesaria o no. Y los muchos votos a favor de bombardear, porque las bombas son la única solución.

Ha habido gente con la inteligencia suficiente de analizar lo que ha pasado desde un punto de vista histórico, otros desde un punto de vista antropológico. A ellos les han criticado acusándolos de justificar lo que ha pasado en París. No es justificar, pero entender las causas puede ayudar a pensar con claridad. E incluso a tener conclusiones sobre qué hacer.
En resumen, mientras las familias lloran a sus muertos, el resto se pelea por ver quién tiene razón, por ver quién demuestra más de lo que sea.

“La violencia es el miedo a los ideales de los demás” – dijo Gandhi, muy acertadamente. Habría que reflexionar si no tenemos ese germen de violencia en nuestra avanzada y civilizada sociedad, en cada uno de nosotros.

Yo no sé cuál es la solución. Nunca defenderé la guerra ni la muerte como solución a nada, pero tampoco soy de ningún servicio de inteligencia como para poder analizar la situación y decir “esto es lo que hay que hacer”.  He seguido los conflictos desde hace años, no me considero inculta o ignorante, sé por qué pasan las cosas, de dónde salen las armas y aún así, lo único que se me ocurre hacer contra el terrorismo es no sentir terror. No sé cómo pararles. Al igual que no sé cómo acabar con el hambre en el mundo. O con las enfermedades. No sé cómo poner fin a todas las injusticias que le duelen tanto a la Tierra. Que me duelen tanto a mí.

Sé, sin lugar a dudas, que abriría las puertas de mi casa a cuantos refugiados cupieran en ella. Sé que compartiría mi comida. Sé que haría lo que fuera porque se sintiesen respetados de nuevo. Sé que no he sentido odio por nadie. Sé que me importan poco las fronteras y los patriotismos. Sé que no veo moros, negros, chinos, panchitos. Sé que veo seres humanos. Que sienten y piensan lo mismo que yo en muchos aspectos.

Cuando se quiebra la diferencia el miedo a lo diferente no puede mantenerse. No hay un ellos y un nosotros. Somos todos. Y cuando entendamos eso, si no es demasiado tarde, puede que la violencia y el terror desaparezcan.


“You may say I’m a dreamer, but I’m not the only one. I hope someday you’ll join us, and the world will live as one. “  John Lennon

sábado, 24 de octubre de 2015

Qué sienten...

¿Qué sienten las hojas al desprenderse de las ramas? Planean momentáneamente antes de aterrizar para desquebrajarse bajo las pisadas indiferentes de los viandantes. Brotes verdes las sustituirán ingenuamente cuando el invierno olvide su muerte y de paso a la primavera.

¿Qué siente la caracola viuda arrojada despiadadamente a la orilla por las olas? Una estructura vacía y brillante que evoca la melodía de océano, condenada a yacer enterrada bajo a arena hasta que su superficie se erosione y se desintegre en pequeños cristales huérfanos del mar.

¿Qué siente ella ahí sentada, contemplando las palmas de sus manos como si las líneas fuese a contarle una historia? La suya. Como si ella fuese vidente y supiera interpretar. A ella no la erosionan el viento ni la sal. La vida es suficiente.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Rabia

El mundo agoniza entre tragedias y a mí se me desgarra el alma.

No sé en qué momento perdimos la humanidad, si es que alguna vez ha existido cosa semejante . No hay justicia, es una de tantas utopías soñadas. ¿Cuántos niños mueren sin que a nadie le importe? ¿Cuántas vidas quedan truncadas por el hambre, la guerra y la enfermedad? El apocalipsis no es el futuro, es el presente, nuestro presente. Y lo peor es que parece que la vida sigue, y que todo sigue igual. Y los países "desarrollados" se pelean por ver si dejan pasar a los refugiados, hablando de cosas ficticias como fronteras mientras permiten que niños de tres años yazcan ahogados en sus playas; niños que escaparon de una guerra que se prolonga porque ningún país "desarrollado" tiene la iniciativa de intervenir ¿qué beneficio sacarían? ¿acaso hay petróleo? Vergüenza. Vergüenza es lo que dan y no tienen. Que no tenemos. ¿Cuántas veces he oído "Aquí que no vengan, que no hay sitio"?

Hace tres semanas yo estaba en un pueblo del sur de Camerún, en medio de la selva, que se llama Bindoumbá. Seguramente no aparezca en los mapas, porque es un pueblo de pigmeos, y para el mundo los pigmeos no existen. Ningún pueblo de los alrededores tiene acceso a agua potable. Se alimentan casi exclusivamente de un tubérculo llamado mandioca. Viven en una situación de semi-esclavitud con respecto a sus vecinos, que por supuesto no son pigmeos y los consideran sus animales. En Bindoumbá, entre otras familias, vive una madre con tres hijos. Del padre no se sabe mucho a parte de que pasa bastante tiempo en la selva, cazando. Marie tiene 7 años y ha superado la edad crítica. Rodrick es el mediano, tiene malnutrición severa, parásitos intestinales, una hernia umbilical y una neumonía con pinta de ser tuberculosis. Sí, tuberculosis, esa enfermedad que nos suena a medieval. Su hermanita pequeña es un bebé que todavía está a salvo porque aún se alimenta de leche materna. Hasta que deje de hacerlo. Rodrick, con sus 5 años, camina agarrándose la tripita hinchada porque no puede con ella, y llora sin fuerzas porque le cuesta respirar.
Tuvimos que llevarlo al dispensario para tratarlo. Era uno de los 5 niños con malnutrición severa del pueblo. 5 de 14. No hay más niños. La mayoría, o al menos la mitad, no llega a los 6 años. Él ha tenido suerte de que nosotros llegáramos ese día a su pueblo. En esa ruta, en una semana, vimos aproximadamente a 100 niños. 100 niños sin agua potable, sin mosquitera que les proteja de la malaria, sin una dieta medio decente, por no hablar de la higiene. De esos 100 niño, 40 no llegarán a adultos. Y a nadie le importará.

Pero a mí me importa Rodrick, y me importa Marie, a la que adoro, porque es lista, divertida y preciosa, y adoro al bebé. Porque les encontré, les medí, les pesé, les puse el termómetro y me daban ganas de llorar al oírlos llorar, de impotencia, de desesperación. Y he viajado con ellos, he visto a Marie bailar, jugar a pillar, pintar, y al bebé engordar. Y tal vez consigamos financiación para construir fuentes, y un centro preescolar con un profesor que controle el estado de los niños, pero hasta entonces ¿qué? ¿Cuántos de esos niños a los que he visto quedarán? Y ese conocimiento me pesa, me duele y me desgarra.

Muchos me preguntan qué tal en Camerún. Y no sé qué decir. Porque cuando intento explicar el sentimiento de hachazo que me produce tanta injusticia, el dolor se multiplica mientras de fondo leo de titular en las noticias "Crisis migratoria" o "Nuevo atentado de Estado Islámico".

No sé por qué no estamos llorando ante tanta agonía. No lo entiendo, ¿Qué más tiene que pasar para que abandonemos la insensibilidad?

A mí no se me olvida Bindoumbá, ni se me va a olvidar, aunque nunca llegue a aparecer en ningún mapa.

miércoles, 1 de julio de 2015

Cicatrices

El maestro se lavaba en el río sin ningún pudor. La piel morena, curtida, surcada de cicatrices. El aprendiz observaba el ritual de purificación desde la orilla, con una mezcla de temor y reverencia. ¿Cómo un cuerpo tan maltratado podía conservar aquella fuerza y vitalidad?

El maestro se sumergió en el agua helada con los ojos cerrados, como cada mañana. Su discípulo no alcanzaba a entender si tenía alguna connotación religiosa o era simple rutina.No se atrevía a preguntar. Acompañaba al anciano al amanecer y le veía desaparecer durante unos segundos en las aguas cristalinas del manantial. Él también contenía la respiración, hasta que la blanca cabeza emergía de entre las aguas.
Y luego volver, sorteando las piedras del bosque hasta la casa, donde la gente acudía desde lugares lejanos para ser tratados de diferentes males y dolencias.
El maestro vivía solo, pero nunca estaba solo. No únicamente por sus visitas o los diferentes aprendices. Parecía estar en contacto con todo, saberlo todo, ¿cómo iba a experimentar la soledad estando tan unido a la Tierra?
El aprendiz a menudo se preguntaba cómo sería sentir esa calma, esa paz interior. ¿Acaso la lograría él algún día?

 - No siempre he sido así - dijo el maestro aquella mañana, interrumpiendo sus meditaciones de vuelta a su refugio
 - ¿Maestro?
 - El sabio ha de pecar de iluso muchas veces antes de alcanzar su meta. Por qué siempre callas tus dudas?
 - No quiero resultar impertinente.
 - La impertinencia es la hermana desagradable, aunque soportable, de la curiosidad. No dejes que el temor te frene. ¿Qué te atormenta? Veo relámpagos a través de tu mirada, muchacho.

El aprendiz suspiró, tratando de ordenar sus pensamientos.

 - ¿Cómo conseguiste tantas cicatrices?
 - Siendo iluso, como ya he dicho. En primer lugar, siendo demasiado confiado, en segundo lugar, siendo demasiado sincero, y en tercer lugar, teniendo demasiado arrojo.
 - ¿Cómo es eso?
 - Hablando demasiado. Cuando hablas, no escuchas, y si no escuchas Cómo vas a comprender? La naturaleza tiene la costumbre de añadir arrogancia a aquellos que nacen con valor e inteligencia. Así, cuando somos jóvenes, nos creemos defensores de la verdad absoluta, y en su nombre libramos un sinfín de batallas. ¿Te parecen las cicatrices de un sanador?
 - No, maestro
 - No. Son las cicatrices de un guerrero. Hay quien nace con ese luchador innato dentro, con esa pasión por la acción, por la acción heroica, especialmente. Estas personas, como es mi caso, se meten sin darse cuentas en miles de problemas tratando de demostrar su valía. Como consecuencia, reciben muchas heridas.
 - ¿Cómo se convierte el guerrero en sanador?
 - Con tiempo. Dicen que el tiempo lo cura todo, pero no es cierto. El tiempo es el maestro absoluto de la vida. No cura, pero enseña a aceptar. Conforme pasan los años te das cuenta de que estás muy lejos de saberlo todo, de que las verdades absolutas no existen y de que hay cicatrices que nunca dejan de doler, y hacen que las cargas pesen más. Entonces llega el momento en el que asumes que tienes que escoger mejor tus batallas, porque simplemente no tienes fuerzas para librar cada una de ellas. Y dejas de luchar por cosas que no son importantes, mientras aprendes a valorar los periodos de calma. Si no vistes siempre de armadura para enfrentarte a todo, tus pasos son más livianos, te cansas menos y aprecias más el camino. Aprendes a esquivar lo nocivo, porque entonces te das cuenta de todo lo que pesa, y ya no quieres más cargas.
 - Y ¿no lo echas de menos, maestro; luchar?
 - Un guerrero siempre será un guerrero, pero se puede cambiar la forma de luchar. ¿Cuántas vidas salvo ahora, siendo sanador, en comparación? ¿No te parece suficientemente heroico?
- ¿Te arrepientes de tus batallas pasadas?
- Oh, no. Cada cicatriz es una historia, y cada historia forma parte lo que soy. Si no hubiera sangrado lo que he sangrado, no habría escogido el mismo camino. Cada paso que he dado me ha traído hasta aquí. Son los errores los que nos abren las puertas de lo desconocido. Cuantos más errores cometemos, más aprendemos. Un iluso puede convertirse en un gran sabio.
- Como tú.
-Alguien más sabio que yo dijo una vez que quién domina a sus enemigos es poderoso, pero quién se domina a sí mismo es invencible.
- ¿Qué quieres decir?
- Que el guerrero siempre dormirá tras el sabio sanador, sin desaparecer, pero sin despertar excepto en caso de emergencia. Porque así lo elijo. Son nuestras elecciones las que determinan lo que somos, al fin y al cabo, así que, joven aprendiz, la primera pregunta que te planteo es: ¿Quién quieres ser tú?

miércoles, 3 de junio de 2015

A mi mejor amiga...

Quién tiene un amigo, tiene un tesoro. Así que yo he sido rica casi toda mi vida.
20 años han pasado ya desde que llevábamos el pelo a cacerola y la bata a rayas rojas y blancas del uniforme de infantil. 20 años desde que tú te asustabas de los señores disfrazados de reyes magos que venían a vernos al salón de actos, mientras yo ponía cara de aburrimiento y me quedaba pensando en las musarañas.

Crecer juntas no es moco de pavo. En la infancia, entre campamentos y partidos de baloncesto descubrimos que juntas éramos más fuertes, que si nos compinchábamos, a pesar de que los chicos no nos pasaran el balón, podíamos hacer que nuestro equipo ganara un partido, o que las travesías fueran menos duras, y andar no se nos hacía tan difícil si íbamos hablando de libros, películas y un largo etc… Y así llegamos a los 13, subimos nuestro primer 3000 compartiendo la mochila, cada una con sus motivaciones, pero juntas, y empezaba la época de los chicos, de las llamadas de teléfono eternas, el mítico “y vas tú…”, de los cotilleos después de entrenar, o mientras entrenábamos (¿quién dijo que no se puede encestar mientras se habla?) de carpetas forradas, de amor a Orlando Bloom, entre otros, más libros, más películas, odio a las matemáticas y sobre todo, de desarrollar  esa afinidad y comprensión incipiente a lo largo de esa absurda adolescencia, entre algunas lágrimas, y sobre todo, muchas risas, sueños y confidencias.

Empezamos bachiller con la emoción de ir por fin juntas a clase. A letras, por supuesto. ¿He remarcado ya el odio acérrimo hacia las matemáticas? Fue el momento de que leyeras mis historias, de empezar a hacer las míticas sesiones de cine, de quedarnos toda la noche, bien abastecidas de pañuelos, por nuestra tendencia al drama, de los viajes de estudios, y sobre todo de esas clases de psicología en las que nos sentábamos juntas hasta que Nicolás, harto, no separó, pero que nos dieron para dibujar con fosforito el mapa de Europa en el libro y decidir que íbamos a hacer Interrail, y cómo. Nadie nos daba mucho crédito, claro, igual que no me daban mucho crédito cuando dije que me iba a Australia un año, pero ahí estábamos, obstinadas y convencidas, y dispuestas a dejarnos la piel para ahorrar lo suficiente para hacer el viaje soñado.

Podía haberse ido todo al traste. Yo me fui a la otra punta del mundo, tú empezaste la carrera, y podíamos habernos distanciado. Pero a pesar del cambio horario, hablábamos casi a diario, separadas por primera vez tanto tiempo desde los 5 años, mandándonos esos emails eternos con el título plagado de puntos suspensivos en el que buscábamos el apoyo incondicional a la hora de enfrentarnos a la vida de adultas.

Trabajar, estudiar, salir de juerga, Interrail, días enteros en la biblioteca, cafés, desayunos, viajes a Portugal, a la playa, a la montaña, Nocheviejas, amores, desamores, idas y venidas de amigos, amargura, tristeza, alegrías…Libros, pelis. Pensábamos que a los 18 ya éramos mayores, pero nada más lejos de la realidad. Sí es cierto que probablemente ha sido el periodo más intenso de nuestra vida, pero ahora llegamos al cuarto de siglo, y empezamos a parecer mayores de verdad. Hemos acabado de estudiar, trabajamos, tú te has mudado, a mí poco me falta, estamos cansadas casi siempre, ahora quedamos para tomar pinchos y vinos, o al café, pero poco de fiesta. Hablamos de alquileres, de muebles… Eso sí, hay algo que nunca cambia: Libros y pelis.

 Y ésta es nuestra historia juntas, que después de 20 años, creo que ya se puede hablar de historia. Leí que según un estudio, las amistades que se mantienen más de 7 años, durarán para siempre. En fin, no hacía falta un estudio para confirmarlo, pero está bien eso de tener a la ciencia de nuestra parte.

Hay personas que vienen, que van, que aportan algo muy bonito temporalmente, dejan huella y luego desaparecen. ¿Qué es entonces lo que nos da permanencia en la vida de la otra? La respuesta podría ser libros y pelis, claro, pero aparte de ser bibliófilas y cinéfilas hay algo más. Algo relacionado con todas las vivencias compartidas, todas las historias en común, todos los recuerdos… La memoria forma parte de nuestra identidad como personas, y compartiendo esa memoria en tantísimos aspectos, todos ellos buenos, nos convierte en amigas indivisibles. Porque sí, son todos buenos. A pesar de los malos momentos que hemos podido vivir, mi recuerdo de ti siempre es bueno. Por esa lealtad absoluta que me has demostrado en cada ocasión. Por tu apoyo incondicional, tu confianza, tu respeto, ese que sigues mostrándome cada día, tu oído atento, tu capacidad de escucharme sin juzgarme, pero siempre sincera a la hora de decirme lo que piensas. Nunca, en 20 años, nos hemos enfadado. A pesar de haber estado en desacuerdo, no hemos llegado siquiera a discutir. Porque la amistad es eso, al fin y al cabo. Conocer a la otra persona a la perfección, lo bueno y lo malo, y a pesar de todo, seguir al pie del cañón, contra viento y marea. Usar palabras ciertas sin hacer daño. O que no haga falta ni usar las palabras. Partir piernas por ti. Y sobre todo, intercambiar libros y pelis.

Al fin y al cabo, los pingüinos eligen a su compañero para toda la vida.

Gracias por estos 20 años. Que sean muchos más (y lo serán)


Feliz cuarto de siglo pingüina mía. 



 (Nótese que me he abstenido de poner fotos anteriores a interrail para preservar nuestra dignidad)

domingo, 31 de mayo de 2015

Panorama político, democracia y otros menesteres.

Llevo días pensando en escribir este artículo, pero con las ideas en ebullición, hasta que no se han amansado un poco, no he sido capaz de ordenarlas medianamente. Y aún así, veremos qué sale de aquí. 

Yo soy de izquierdas. Esa es una consideración general e innegable, pero cuando me defino así no quiero decir que sea comunista, anarquista, o siquiera socialista, pues pienso que éstas son denominaciones a unas ideologías definidas hace muchos años que, de alguna forma, han quedado obsoletas. Son ideas que en origen me parecen preciosas, pero como la historia ha demostrado, utópicas. Puede que en sociedades pequeñas funcionen, pero está claro que en las grandes sociedades se nos escapan de la manos. 
Aún así, hay, evidentemente, muchas ideas con las que coincido. 

¿Qué quiero decir cuando me defino como persona de izquierdas? Pues lo que que quiero decir es, que sobre todas las cosas, me importan las personas. Los derechos humanos, la justicia, la igualdad... Esos motos que se ha ido repitiendo desde la Revolución Francesa con más o menos sinceridad, pero que a mí me resultan reales. Que el dinero es una herramienta que sirve para dignificar la vida de las personas, no una meta que las destruye. Por todo eso, me considero de izquierdas. Pero sobre todo, me considero demócrata. 
A veces me enfado y pienso que hay mucho tonto votando, y que así nos va. Pero creo firmemente en esa frase que dice: "no comparto tus ideas, pero moriría por tu derecho a defenderlas." Y es que la solución no es privar de voto a los ignorantes, es privarles precisamente de su ignorancia. 
Y esa es una de las principales razones por las que detesto al Partido Popular, por su empeño en fomentar la ignorancia y atentar contra la educación, que es lo que nos hace libres y nos permite crecer como personas. La educación, que tendría que ser algo sagrado, no un instrumento para convertir a futuras generaciones en robots. 

Pero no escribo este artículo para hablar del PP, sino del paisaje político en general.

En los pocos años en los que he podido votar, siempre me sentía indecisa. Izquierda Unida, Equo, Chunta Aragonesista en las autonómicas...  partidos a los que podía votar por principios pero que no me acababan de convencer. Izquierda Unida, en concreto, me parecía y me parece una sombra de lo que podría ser, un partido poco importante dedicado a intercambiar favores con e PSOE, otro también muy alejado de lo que en origen, y por definición, debería ser. 

Uno de los motivos por los que no me meto en política (a nivel de militante) a pesar de lo mucho que me interesa, es porque me considero muy joven todavía, y prefiero observar y aprender desde fuera, con un punto de vista un poco más objetivo del que pueden tener desde dentro. Y lo que he podido observar desde que era una adolescente es la frustración y la desilusión que causaba la política a la sociedad en general. A la gente no le gustaba hablar de política. Hablar de política parecía sinónimo de entrar en conflicto, y daba pereza. La democracia era ir a votar cada cuatro años, si eso, y se acabó. 
Y sin embargo, recuerdo la emoción de asistir a la manifestación contra el trasvase del Ebro. Tal vez porque era pequeña e impresionable, pero recuerdo que mi padre me llevaba cogida de la mano para que no me perdiera, y ver la Plaza del Pilar llena de cabezas, y brazos, y bocas que se movían a la vez entonando lo mismo, y me puso los pelos de punta, a pesar de que yo no sabía exactamente lo que era el trasvase a parte de que le querían hacer algo a nuestro Ebro. Todo el mundo salió a gritar que no, y fue un no. Fue la primera noción que tuve de que aquello era democracia, esa sensación de conseguir cosas cuando todos estábamos juntos. 
Un año más tarde, ya en la E.S.O, y considerándome muy mayor, recuerdo las manifestaciones contra la Guerra de Irak, pero sobre todo recuerdo los debates en el colegio entre clase y clase, escribiendo "NO A LA GUERRA" en la pizarra, en los cuadernos, ese chute de adrenalina de estar todos de acuerdo en una época en la que todos los recreos peleábamos por cosas de fútbol y otras tonterías de niños de 12 años. Y también vino la primera decepción... Que a pesar de tanto gritar que no, alguien con más fuerza y dinero que nosotros había dicho que sí. Y recuerdo las conversaciones de "Y tus padres ¿a quién van a votar?" y empezar a decirles a nuestros adultos que no votaran al PP, porque Aznar nos había metido en una guerra que nadie quería. Qué simple parece la política cuando eres pequeño. O tal vez es que los adultos nos complicamos mucho. 
Acabé bachiller y me fui un año a Australia, y cuando volví, todo el mundo hablaba de crisis, y en el bus de Madrid a Zaragoza se veían innumerables obras paradas, y Zapatero, que había sido casi un héroe durante mi adolescencia, ahora era un demonio. Lo fácil que es hacer cambiar la opinión pública. Y todo en menos de un año que había estado fuera. 
ero si hablo de democracia en mi vida, no puedo sino hablar del 15M. Lo que supuso el 15M para mí, para la sociedad española, es un hecho histórico para el que no tenemos todavía perspectiva. Pero estábamos haciendo historia. Eso lo sabíamos. Hubo mucha ilusión, mucha pluralidad, un intercambio extraordinario de ideas... Que se fue desgastando por la carencia de una meta, y en mi opinión, de liderazgo. Pero fue un primer paso, un primer despertar y es que la gente volvió a hablar de política, ya no era un tema tabú, sino algo que nos preocupaba a todos. Alguien dijo en la acampada: "Parece que vamos muy despacio, pero es que la meta está muy lejos". Qué razón tenía, fuera quién fuera. 
Y nos situamos en la actualidad, o hace un año, año y pico, con el surgimiento de Podemos. Salí pronto de trabajar para ir al Centro de Historia a ver qué contaba el tal Pablo Iglesias. Éramos tanta gente que tuvimos que quedarnos en la plaza porque no cabíamos dentro. Sonaba todo muy bien, aunque inexacto, y alguien entre el público, de forma crítica e insistente preguntaba: "Pero ¿cómo la vais a hacer?" Cuatro meses más tarde, ese asistente, Pablo Echenique, ganaba un puesto en el Parlamento Europeo, y hoy va a ser diputado, cuanto menos, de las Cortes de Aragón. Y todo por algo que Pablo Iglesias le respondió aquella noche de enero: "No los vamos a hacer, lo vais a hacer vosotros, todos juntos". Nos dijeron, a los del 15M, que en vez de quejarnos, nos presentáramos a unas elecciones... Pues muy bien. 

Y es que hay algo que todos los que critican a Podemos lanzando dardos envenenados no entienden todavía, al igual que no entendieron el 15M. en el 15M no éramos cuatro perroflautas, éramos miles y miles de personas distintas tratando de encontrar soluciones a los problemas que teníamos en común. Y Podemos no es Pablo Iglesias, no es Íñigo Errejón, ni siquiera es Pablo Echenique. Podemos es la herramienta que hemos utilizado una gran mayoría de esos que acampábamos para hace eso que nos pidieron, que nos presentáramos a las elecciones, para no volver a ser ninguneados. Podemos es nuestra voz y oídos, es que confiamos que nos devolverá la capacidad de decidir sobre nuestras vidas para recuperar la dignidad arrebatada. Porque igual que sentí cuando era pequeña que la democracia era eso en lo que todos gritábamos al unísono, igual que lo sentí en el 15M con mucha más fuerza, lo siento cuando Podemos gana más y más escaños, lo siento cuando Pablo Iglesias se dirige a una audiencia, pero no en televisión, sino cuando habla cara a cara con la gente; porque emociona, ilusiona, conmueve. Y no señores, eso no se llama populismo, es arte de la retórica y la oratoria, largamente olvidado por los políticos de este país, que ya hacía falta que volviera. 
Yo no sé cómo evolucionará Podemos, ni en qué se convertirá- Pero yo he leído su programa íntegramente, y en contra de todos los que dicen que las cosas que proponen no se pueden hacer, yo, que este año estoy estudiando un máster de cooperación y ayuda al desarrollo, puede decir que las medidas son 100% aplicables y recomendables. Así que de momento tienen mi confianza y mi ilusión. Porque me fío de ellos, y me fío de su intención de hacer las cosas bien para la gente y con la gente. ¿Que luego se tuercen? Pus ya lo veremos, pero yo estoy harta del maldito refrán que dice Mejor malo conocido, que bueno por conocer. Mentira, mentira y otra vez mentira. La evolución son cambios, los cambios son necesarios para sobrevivir, lo mires por donde lo mires. Nunca he entendido esta cultura del miedo, aunque es evidente quién sale favorecido de esta creencia popular. 

Aunque al parecer, yo soy terrorista. Soy terrorista porque apoyo a Podemos y a las candidaturas de convergencia ciudadana. Soy una terrorista por defender los derechos humanos. Será que tenía yo un mal concepto de la definición, pues yo soy totalmente contraria a la violencia, y mi figura histórica predilecta es Mahatma Gandhi. Tampoco soy partidaria de Venezuela. No sé cómo pueden compararse dos países con realidades, contexto e historia tan distintos. Yo desde luego no estoy muy puesta en Venezuela, así que no voy a entrar a discutir la situación del país, aunque creo que muchos de los que la pintan como el infierno mismo no sabrían decir cuál es su capital o tan sólo situarla en un mapa... La ignorancia de la que hablaba al principio, que lo más peligroso que existe en este mundo. Porque la ignorancia es la que genera el miedo y el odio, eso que ha provocado las grandes catástrofes de la historia de la humanidad. 

Así que me opongo a todo tipo de demonizaciones. En el PP, por ejemplo, hay un sector de inútiles (inútiles en el sentido de gobernar, que a lo mejor el señor Rajoy en otros aspectos es brillante), y otro de corruptos. Pero ninguno tiene cuernos. 
Tampoco estoy dispuesta a demonizar a los de Ciudadanos, cosa que se ha estado haciendo desde los partidos de izquierdas y con la que no estoy de acuerdo. También es un partido en auge, y aunque no comparta las propuestas que llevan en el programa, eso no significa que sean el mal. No les votaré, y punto. El que no piensen como yo no les convierte en los malos, que creo que ya va siendo hora de dejar esa práctica tan extendida de tirarse las sillas a la cabeza y sentarse a hablar civilizadamente sin faltarse al respeto, cosa que la mayor parte de la población reclama. 

Y es que la pluralidad es algo positivo y enriquecedor. Pensar cosas distintas es lo que amplía horizontes y permite el progreso. Creo que las mayorías absolutas, sean de quien sean, son un error, pues no dejan espacio al diálogo y al debate, que es lo que sustenta, o debería sustentar la democracia. Y si un partido tiene representación, por minoritaria que sea, debería ser tomado en cuenta, ya que representa a parte de la población y todos deberíamos estar incluidos en el sistema. 

Creo que si las candidaturas de Manuela Carmena, Ada Colau, Pedro Santisteve, Xulio Ferreiro etc... llegan a la alcaldía, es precisamente por esa sensatez, esa predisposición de diálogo abierto, de tener como prioridad las necesidades de la ciudadanía por encima de siglas, que es lo que hace falta, de crear espacios en los que todo el mundo pueda expresarse sin miedo. 
Creo así mismo que éste ha sido el gran triunfo de la democracia, ese "juntos lo sacamos adelante", el crecerse ante la adversidad y crear algo nuevo. 

Y llevo tiempo diciendo que necesaria una izquierda unida de verdad, porque no quiero llegar a noviembre y tener que elegir entre Pablo Iglesias y Alberto Garzón, otro hombre inteligente al que admiro profundamente (Y al cual ahora en su partido culpan de todo, que estoy a cuadros...), pero no sólo hace falta una izquierda unida, sino una serie de políticos que sean capaces de respetarse y dialogar, y buscar los objetivos que tienen, que tenemos, en común. 
Porque no creo que nadie quiera un país pobre, sin recursos, y sin las necesidades básicas cubiertas (ni siquiera el PP, pero ellos tienen otras prioridades). 
No estoy hablando de que se unan, ni mucho menos, partidos de ideologías opuestas, pero sí que dejen de boicotearse y sean capaces de escucharse, al menos. 

La unión hace la fuerza. Ya basta de ultrajes, el odio sólo destruye, y necesitamos construir. 
Que este nuevo brote de pasión e ilusión no caiga en saco roto. Que los partidos de verdad representen la voluntad de la ciudadanía, que hemos mandado un mensaje muy claro y potente en las urnas. 
Puede que peque de idealista, pero de verdad creo que es posible darnos la mano y hacer el camino juntos. 
Como dice una canción de Macaco:

Somos una marea de gente
todos diferentes,
remando al mismo compás... 



miércoles, 25 de febrero de 2015

Los dos tigres.

Los ojos dorados, enfrentados. Un tigre contra otro tigre. Uno enjaulado; el otro libre. Tal vez sean un reflejo, tal vez un desdoble. Dos caras de la misma moneda, que en vez de darse la espalda, casi se besan.
El tigre preso, ansioso entre los barrotes, da vueltas y vueltas.
El tigre libre permanece quieto, a la espera. Contemplando a su alter ego.
Puede que no pueda marcharse sin él, puede que no quiera.
Y así, el tiempo pasa en constante estado de pausa; el verano, el otoño, el invierno, la primavera.

Y ninguno tiene lo que anhela.

¿Cómo quedó encarcelado el tigre? Hay una leyenda.
Dicen que nació entre las rejas, y una noche, en sueños, de tanto mirar más allá de ellas, un pedacito de su alma consiguió atravesarlas, incorpóreo, y se materializó en gemelo de afuera. Con el mundo a sus pies.
Pero siempre volvía a la jaula, de cara a ella. Pues no podía alejarse de su parte presa.
Y ahí sigue, mirando, mientras trata de descubrir la manera de fundir, quebrar, destrozar las injustas cadenas mientras su yo de dentro se consume y se desespera.

¿Cómo acaba todo?
No lo sé, es una leyenda.
Continúan a la espera.

jueves, 5 de febrero de 2015

Mi famosa talla 38.

Que el mundo está enfermo no es ninguna novedad, al menos para aquellos que miren un poco más allá de sus propias narices, pero el grado de estupidez al que se está llegando sólo puede acabar con la extinción del ser humano por un simple motivo de selección natural. 

El ser humano es superficial por naturaleza. Al menos de primeras. Es muy bonito decir que la belleza está en el interior, que también, pero lo cierto es que nuestra parte instintiva y animal nos impulsa a buscar ejemplares adecuados para la reproducción y la supervivencia de la especie. Y nuestra mente racional ha ido asociando esa búsqueda a los llamados cánones de belleza. Por ejemplo, en el Renacimiento, todas esas pinturas de mujeres voluptuosas muestran el ideal de belleza de la época. Por una simple razón; en una época en la que más de la mitad de la sociedad pasaba hambre, estar entrada en carnes  significaba buena alimentación, dinero y prosperidad. 
Y es que la belleza, al fin y al cabo está en el ojo del que mira. 

Pero en este siglo en el que las imágenes nos bombardean sin piedad, nuestro instinto de supervivencia ha dejado de indicarnos que la belleza es sinónimo de salud. Y llegó la era de de la escualidez. Modelos que parecen niñas hambrientas, todo piel y huesos, que sufren y promueven enfermedades tan peligrosas como la anorexia o la bulimia. Llegamos al extremo de idiotizarnos tanto como especie que criminalizamos nuestra función básica de alimentación, con sus terribles consecuencias. La era de la información y la comunicación tiene un lado muy oscuro. Todas las adolescentes sufren ese terrible acosos desde las revistas, Internet, carteles publicitarios, televisión en los que mujeres que parecen sacadas de cuadros del Greco miran con desprecio desde detrás de los 5 kilos de maquillaje que las deshumanizan. Una mirada de desprecio que acaba por transportarse a una misma cuando se mira en el espejo por las mañanas. En mayor o menos medida, todas hemos tenido uno de esos días en los que te ves y piensas "estoy gorda". Y nos lo decimos como un insulto. Y nuestra autoestima desciende en picado cuando nos comparamos con esas "diosas" de papel y photoshop. 

En algún momento no definido, porque es imposible parar el tiempo en esta sociedad acelerada, alguien empieza a darse cuenta de los perjudicial que es eso. Del daño que se hace a muchas mujeres en los años más cruciales de su vida para definirse como personas. Se empiezan a oír voces de "no es sano, las modelos no pueden matarse de hambre, que ejemplo están dando". Y aunque ese ideal de belleza sigue estando ahí, empieza a crearse la idea contraria.

Y cuando digo la idea contraria, no me refiero a que se ponga por estandarte la salud, que debería ser la conclusión lógica. No.
Lo que está pasando es que gracias al poder de McDonalds y otros restaurantes que venden mierda y que ayudan tanto a promover la obesidad, el número alarmante de personas obesas está empezando a convertirse en algo normal en el primer mundo. 
Y entonces surge el fenómeno de la "gordibuena". Ese que reivindica que el idea de belleza debería asentarse sobre unas buenas lorzas. Y aunque todavía es un proceso en desarrollo cada vez leo más artículos, veo más fotos que ensalzan la idea de que tú con tus 90kg y tu 1'70m estás estupenda. Porque tú lo vales. Pero es que no acaba ahí la cosa. Va más allá, con artículos virales que versan sobre "la famosa talla 38", en los que parece que llevar una 38 es sinónimo de sufrir alguna enfermedad alimenticia, y frases del tipo "a los hombres les gustan las mujeres con carnes, los huesos a los perros". 

Y ahí ya me enciendo. Y por varios motivos. 

Para empezar, que las tallas 38 y 40 son las más vendidas en nuestro país. Yo llevo la talla 38 y jamás me he considerado excesivamente delgada. De hecho según mi último reconocimiento médico, tengo una constitución normal. Normal, que quiere decir saludable. Partiendo de la base de que no existen dos cuerpos iguales, que las tallas no deberían ser patrón de nada porque las formas, la altura, la estructura ósea y la musculatura varían de una persona a otra, me parece una aberración decir cualquier tontería relacionada con esto. Porque si una mujer es una cabeza más alta que yo, probablemente pese más y lleve una talla diferente. Y eso no quiere decir que esté gorda, que esté delgada o que su tía abuela le cosa los jerseys. El colmo es que yo, habiendo sentido complejos de medir más de lo que debería por la rama de la escualidez, ahora me vea atacada por la rama del sobrepeso por estar demasiado delgada. Es, simple y llanamente, ridículo. 

Pero lo que más me ofende,y que es la raíz de todo el problema, es la segunda frase: "A los hombres les gustan las mujeres con carnes, los huesos a los perros". 
Repito, la belleza está en los ojos de quien mira. Y nuestro gran error es seguir poniendo ese punto de vista en los ojos de los hombres. Respaldando, inconscientemente, la idea machista que sigue sobrevolando de forma callada nuestra sociedad, de que las mujeres no somos más que un objeto, un trozo de carne hecho para que los hombres lo admiren. 

Tu peso, tu talla, no deberían definirte como persona. No deberías sentirte mal por pesar más o menos que las chicas del photoshop. Esa es la idea enfermiza. El vendernos como producto para la galería, y que si no cumples el estándar de calidad proporcionado por el patriarcado, no vales ni la mitad. 
La tendencia en contra de la imagen de la anorexia no debería ser abogar por la obesidad, sino por la salud de cada una, que al final del día es lo que va a hacer que estés bien o no. 
En todo caso, como paso evolutivo para acercarnos más a nuestra racionalidad, deberíamos empezar a luchas contra esa superficialidad basada en la búsqueda de pareja para la reproducción, no movernos dentro de ella de un extremo a otro como un péndulo; lo bello es la delgadez, lo bello es la gordura, lo bello es la delgadez, lo bello es la gordura. 

Hoy es el día de la mujer. Que la belleza al mirarnos esté en nuestros propios ojos y no dependa de la visión de nadie más. Que nos importe nuestro bienestar, y nuestra salud. Que dejemos de maltratar nuestros cuerpo viajando de un extremo a otro.
Estar sano contribuye a ser feliz. 

jueves, 29 de enero de 2015

Carta de navegación

"La segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer"
¿Empezando por dónde?
Ni mapas, ni manual de instrucciones, tan sólo un mar a la deriva y un lejano horizonte cambiante cual veleta a merced del viento más huracanado. Velas remendadas donte antes hubo agujeros de bala, de palabra, obra u omisión, disparadas por boquillas ignorantes, de rápido efecto y consecución. El sol aletarga y difumina la línea deseada, en medio de esa quietud agobiante plasmada en la gotas de sudor a la espera de un "algo". Viento, tormenta, movimiento desencadenado de forma violenta, que convierte la barca en el ojo del remolino, perdiendo el norte y hasta las ganas de luchar. Y vuelta a la calma. Y otro asalto pirata que promete un tesoro que en vez de oro termina siendo hojalata. Y más remiendo con hilo hecho de besos y lágrimas, de promesas cumplidas, incompletas y otras que siguen a la espera. ¿Dónde estará la isla? ¿Dónde estará la estrella? Quién quisiera una brújula y hacer uso de ella, aun cuando no todas las brújulas apunten al norte. Aun cuando el norte no sea más que otra ilusión evanescente. ¿Qué hay al sur? ¿Y si el viento sopla de poniente? Y cuando no sopla, hay que remar. Remar como si la vida se fuese en ello, porque lo hace. Hasta el último aliento en ese viaje loco que busca un sentido inexistente en la inmensidad del mar. Con alguna canción o soniquete de fondo para amenizar el recorrido a ningún lugar. Sin mapas. Sin manual de instrucciones.