miércoles, 30 de marzo de 2011

Melancolía

Una ventana empañada. Una mirada perdida. Un beso de acero en el cristal. Frío. Una caja de fotografías en blanco y negro que alguien volcó al tropezar, y que pueblan de recuerdos la alfombra apolillada, desparramadas. Un adiós, o tal vez un hasta luego. Hay cosas que es mejor que no sean para siempre. Otras que sí. Tocadiscos que repite sofocado la rasgada voz de Sabina: Yo no quiero París con aguacero.
Melancolía. El pan de los artistas. El intento de recuperar lo que una vez fue; incluso sabiendo que el tiempo no perdona, y que nunca más será.
Melancolía. El saber que alguna vez existió la felicidad. La sombra de la calidez en el corazón. Mariposas agujereadas en el estómago. Sonrisas nostálgicas que apenas encienden los ojos. Tarta de cumpleaños sin empezar. Velas consumidas, corchos de vino perdidos bajo el sofá, que hace mucho tiempo que perdieron su olor intenso. Esa intensidad que en algún momento se mezcló con la pasión, y arrancaba vestidos, y hacía volar los tacones, sin importar que no aparecieran hasta la mañana. Desayunos a carcajadas. Sábanas manchadas de café. Fresas con nata. Chocolate. Y otro café.
Melancolía. El sonido traqueteante de un tren antiguo. El olor de una rosa. Los pétalos marchitos sobre el mantel. Bufanda de lana roja. Porque no podía ser de otro color. La cafetería de la esquina, con ecos de juventud, largo tiempo olvidados. Películas antiguas en la oscuridad. Cabinas de pintura descorchada. Céntimos abandonados. Cobro revertido.
Melancolía. Imaginación nostálgica de lo que el pasado pudo ser. Arrugas de expresión. Dormir poco. Preocupación. Chascar la lengua. Dejar el boli. Enredos en el pelo. Un lienzo roto. Acuarelas secas. Cortina tupida que esconde de la luz. Colchón que abraza, almohada con bultos. Un peluche desgastado. Cartas amontonadas. Postal de vacaciones. Firma fugaz. Maletas y una puerta. Repiqueteo de pisadas en el parquet. Lluvia, niebla. Gris. Colores en el viento. Estrellas que se apagan. Cuarto menguante.
Noches en vela veladas por la melancolía.

Sólo soy contigo

Ayer, escribí esto:

El mundo se desmorona, y nosotros nos amamos.
Mi espíritu reblede tiembla de emoción ante las revueltas que pueblan las portadas de periódicos y telediarios, y nosotros nos amamos.
Sigo soñando con mil y un países, con recorrer el mundo entero, y nosotros nos amamos.
Y sin embargo, en el corazón, ésto casi no pesa, porque nosotros nos amamos, y el mundo ya me da igual.
Ayer vi un documental en el que Eduard Punset, perona a la que admiro incondicionalmente, presentaba su nuevo libro: Viaje hacia el amor. Decía que, toda persona que hable de la felicidad, tienen que pasar obligatoriamente por el amor. Todas las encuestas muestran que, la gran mayoría de la gente, opina que el amor es el motor de la felicidad, antes que la salud, muy por delante del dinero.

Ayer pensé, una vez más, en cuánto me ha cambiado el amor. En cuán vacía e incompleta me sentía antes; en que ahora soy, antes sobrevivía.

Ayer me lancé a soñar con mil y una posibilidades de vida, pero ningun sin él.

Yo ya no soy sin tí, cómo dice Fito, yo sólo soy contigo.