martes, 3 de octubre de 2017

Sentimientos enfrentados. O sobre Cataluña.

Me da tanta pereza escribir sobre este tema que no sé ni por dónde empezar, y al mismo tiempo, si no escribo, reviento. Sentimientos encontrados. Supongo que así podría ser el titular de un periódico no sensacionalista si este hipotético medio decidiera escribir una crónica sobre lo que está pasando.
Porque la cosa, al final, va de sentimientos. Así que empezaré por expresar los míos: Los nacionalismos me generan repulsa. Simple y llanamente. Cualquier tipo de nacionalismo. Me parece que aquellos que se cubren con banderas lo único que hacen es enterrar su capacidad de empatía. Aquellos que defienden la idea de patria o muerte, de nación unida… ¿Qué es exactamente lo que defendéis?

La idea de la patria, de cualquier patria, es un concepto inventado por el hombre. Somos los hombres los que dibujamos líneas en los mapas y decidimos que un país llega hasta aquí, y no más allá. Como cuando los perros mean para marcar territorio, vaya, pero sobre el papel. Y es que el ser humano, como cualquier otro animal, necesita tener delimitado su territorio por cuestión de seguridad. El momento en el que ese territorio pasa a ser una seña de identidad ya es harina de otro costal. Nuestra cultura va marcada por el lugar en el que nacemos. Los hábitos alimenticios, las costumbres, la música, el lenguaje. Eso nadie lo elige, y sin embargo, sobre todas esas cosas construimos nuestra identidad. Sobre la cultura. Sin embargo, la idea de patria añade un elemento de diferenciación con los otros que al parecer sirve para reforzar nuestra propia identidad. Ellos, en oposición a nosotros. El ser humano ve el mundo a través de un prisma binario, nefasto error, pero cuesta salir de esa concepción. Todo es blanco o negro. Está lo bueno, y lo malo. Hay que cambiar de gafas para curar la miopía producida por la ignorancia y ver todos los matices, la gama cromática inmensa que existe entre el blanco y el negro. Porque ¿cuál es la diferencia entre ellos y nosotros? ¿Quiénes somos nosotros y por qué? Culturalmente hablando ¿qué es lo que diferencia a los catalanes del resto de ciudadanos de España? ¿La lengua? Como filóloga no puedo sino defender la variedad lingüística y expresar con toda contundencia que la pluralidad siempre es buena. Porque por lo demás, ¿qué es distinto? Compartimos cultura, y compartimos historia.

Y ese es un punto interesante al que llegar. La historia. Ahora de repente todo el mundo sabe muchísimos sobre historia, y la usan como arma arrojadiza, tanto unos como otros. Se manipula, se dan los datos que interesan… Me enerva. Yo amo la historia y creo que tiene un uso fundamental: Aprender de los errores del pasado para evitar que vuelan a repetirse. Cosa que, evidentemente, no está calando entre usuarios de redes sociales. Vamos a ver. Soy aragonesa. Que Cataluña formara parte de la Corona de Aragón antes de que Fernando e Isabel unificaran todo el reino no afecta en nada a la situación actual. ¿De verdad pensáis que acontecimientos ocurridos en la Edad Media tienen algo que ver con el sentimiento independentista de la actualidad? Si bien es cierto que ha existido un movimiento de manipulación histórica para avivar el sentimiento nacionalista, no es lo que lo ha originado. Más tendrá que ver el descontento general arrastrado durante el último siglo, digo yo. Y a todos aquellos que usan la historia como argumento irrefutable de la unidad de España como nación… La historia cambia, y las naciones cambian con ella. No hay nada inamovible. Antes de España estuvieron los Reinos de Castilla y Aragón, antes de ellos, diferentes reinos cristianos y Al Andalus, antes hubo reyes godos, romanos, y celtas, íberos y celtíberos. Lo único que la historia demuestra acerca del territorio en el que vivimos es que siempre ha habido diversidad.
Así pues, a los que ponéis el grito en el cielo diciendo que los catalanes van a romper España, dado que no veo a nadie dinamitando las líneas divisorias con Aragón y la Comunidad Valenciana… ¿Qué es lo que se va a romper? España ya está rota, herida, desde principios del siglo XX, o puede que incluso antes, y lo único que hemos hecho con el paso de los años ha sido poner parches endebles tratando de esconder las brechas. Todo porque jamás hemos sido capaces de dialogar, de empatizar. Porque siempre anteponemos la diferencia entre Ellos y  Nosotros. Porque preferimos usar la violencia antes que pensar que podemos estar equivocados.

Por si mi opinión no ha quedado lo suficientemente clara, hago un breve resumen. Tanto el nacionalismo catalán como el español me parecen deleznables. Ambos se escudan en banderas para obrar mal. Pero lo que no hay que ignorar es que en Cataluña hay muchas personas que sienten que su identidad es diferente, y hay motivos para ello. El que el número de personas que se sientan así haya aumentado tanto en los últimos años se debe a una opresión injustificada. Si vivimos en democracia ¿por qué se silencia la voz de los ciudadanos? ¿Por qué la represión violenta?

Y sobre todo, por parte de los civiles. ¿Por qué tanto odio? ¿Por qué os molesta tanto que las personas tengan derecho a decidir sobre su propia identidad? En un siglo en el que se puede hablar abiertamente de la identidad de género, por ejemplo, ¿por qué esto da tanto miedo? Porque el odio, generalmente, viene originado por el miedo. Si toda tu identidad, lo que eres, se basa en una bandera y un mapa, tienes un problema, amigo. Porque entonces claro que cualquier alteración de ese mapa supone que los pilares de tu existencia se tambaleen.

Antes que españoles o catalanes, somos personas. Cuando construimos nuestra vida y nuestros valores sobre eso, las fronteras no son más que líneas imaginarias.


El odio y la violencia sólo generan más odio y más violencia. 

viernes, 25 de agosto de 2017

La culpa fue de Julio Verne

La culpa fue de Julio Verne. Metiendo en mi cabeza todas esas ideas de lugares exóticos y viajes interminables llenos de aventura. Sí, definitivamente fue culpa suya, entre otros.  ¿Por qué si no esa fijación con viajar? ¿Por qué convertir lo que podría llamarse afición en uno de los ejes de mi vida? ¿Dónde está la línea que divide el hobby de la pasión? Supongo que la diferencia está entre ver y observar. Entre pasar y vivir. Entre rozar y calar. En el afán de descubrir, de conocer. ¿Por qué quedarse parado en un solo sitio cuando el mundo es tan inmenso y maravilloso? Yo no me voy de vacaciones. Yo cojo aire y me sumerjo en una burbuja de oxígeno que aspiro con todas mis fuerzas para que me dure hasta el siguiente viaje. Es salir de las profundidades del océano a la superficie. Conocer a personas totalmente diferentes a mí, y a la vez tan iguales. Hablar en otros idiomas, probar nuevos sabores, aprender, aprender tanto que empape, pasar la fase inicial de delicioso desconcierto hasta llegar al entendimiento, y sentir como se abre una nueva dimensión en mi mente. Viajar no es sólo una acción física. El señor Julio Verne, entre otros, me enseñó que viajar es aprender a ver con la cabeza, no con los ojos. Y sentir.  Sentir mucho. Sentir muy fuerte. A veces el torrente de emociones se desboca como un caballo salvaje y arrasa en tu interior, y deseas reír a carcajadas o llorar mil mares, a veces todo a la vez. Viajar es parte una lucha. Un lucha contra la indiferencia, contra la ignorancia, contra el inmovilismo. Viajar es crecer, evolucionar, ir abriendo puertas de uno mismo ante situaciones inesperadas, descubriendo que tienes todas las herramientas que necesitas en algún lugar dentro de ti. Viajar es adaptarse, escuchar antes de hablar, respetar, tratar de entender. Viajar es saber. Viajar es amar. Así que en resumidas cuentas, viajar es vivir. 

miércoles, 29 de marzo de 2017

La noche en la que conocí a Edjengui.

La noche en la que conocí a Edjengui me caía de sueño.  Había sido un día largo.  Dori llevaba dos días en Mintom y yo había terminado el trabajo de oficina.  Era septiembre y en la casa de Djoum sólo quedabamos unos pocos.  Estábamos desayunando cuando uno de los trabajadores de la Ong empezó a llamarnos.  Su sobrina llevaba toda la noche de parto y el bebé no salía.  Patri,  Mamen y Alba me animaron a ir con ellas, a pesar de que yo no tenía nada de personal sanitario. Nos montamos en el destartalado todoterreno y nos lanzamos al camino. 

 En septiembre ya es época de monzones,  y los caminos tienden a ser intransitables,  pero conseguimos llegar.  Fue la primera vez que asistí a un parto.  No es que yo pudiera hacer mucho,  a parte de echar agua oxigenada en un algodón y apretar contra el pinchazo del brazo de la niña.  Porque era una niña.  La madre era una niña pigmea,  una de tantas que a los trece años ya han tenido su primer hijo. Solo que ella no llegó a tenerlo. Si el parto va mal poco se puede hacer en medio de la selva.  Y allí estaba ella,  tan pequeña,  tendida en una estera en su casa de adobe,  atontatada por tantas horas de dolor.  El feto se había muerto dentro de su vientre,  después de tantas horas sin que su madre dilatara.  Había que llevarla a un hospital para que se lo sacaran por cesárea,  pero el hospital más cercano estaba a cuatro horas si no había ningún percance por culpa de la lluvia y los caminos.

Cargamos con ella en el todoterreno y con varios de sus familiares en la parte de atrás, cabizbajos,  silenciosos.  Apoyé su cabeza en mi regazo,  sujetando en alto la bolsa de suero.  Si no llegaba a tiempo al hospital,  se nos iba.  Llegó.  Y como siempre exigieron una tarifa exhorbitada por atenderla.  Pero vivió.

Esa tarde,  o puede que fuera la tarde siguiente,  fuimos a otro poblado a atender a una niña con malnutrición y enseñarle a su madre cómo preparar una papilla especial.  Las mujeres y los niños llevaban coronas hechas con hojas trenzadas.  Estaban esperando a Edjengui. Y entonces llegó la lluvia.  La lluvia en Camerún poco o nada tiene que ver con la lluvia europea. La ves aproximarse como una espesa cortina,  sin quiebro alguno,  y te cubre como una manta cálida. Justo antes de que te alcance puedes ver cómo los colores brillan con más intensidad.  El verde es esmeralda y el naranja se vuelve rubí.  Y entonces te alcanza y podrías bailar.

Esa noche nos invitaron a ver a Edjengui.  Fuimos todos. Y a todos nos capturó la magia,  las voces,  la luz del fuego y la silueta espectral danzando en círculos imposibles durante horas.  Así es como conocí a Edjengui.  Y cómo me enamoré aún más de África.