miércoles, 25 de febrero de 2015

Los dos tigres.

Los ojos dorados, enfrentados. Un tigre contra otro tigre. Uno enjaulado; el otro libre. Tal vez sean un reflejo, tal vez un desdoble. Dos caras de la misma moneda, que en vez de darse la espalda, casi se besan.
El tigre preso, ansioso entre los barrotes, da vueltas y vueltas.
El tigre libre permanece quieto, a la espera. Contemplando a su alter ego.
Puede que no pueda marcharse sin él, puede que no quiera.
Y así, el tiempo pasa en constante estado de pausa; el verano, el otoño, el invierno, la primavera.

Y ninguno tiene lo que anhela.

¿Cómo quedó encarcelado el tigre? Hay una leyenda.
Dicen que nació entre las rejas, y una noche, en sueños, de tanto mirar más allá de ellas, un pedacito de su alma consiguió atravesarlas, incorpóreo, y se materializó en gemelo de afuera. Con el mundo a sus pies.
Pero siempre volvía a la jaula, de cara a ella. Pues no podía alejarse de su parte presa.
Y ahí sigue, mirando, mientras trata de descubrir la manera de fundir, quebrar, destrozar las injustas cadenas mientras su yo de dentro se consume y se desespera.

¿Cómo acaba todo?
No lo sé, es una leyenda.
Continúan a la espera.

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