jueves, 3 de noviembre de 2011

Cementerio de libros.

Curioso lugar; las bibliotecas. Me hallo atrincherada en una mesa en la esquina más alejada de la puerta, entre las estanterías de literatura universal, después de que una serie de catastróficas desdichas (relacionas en su mayor parte con los transportes públicos) me hayan impedido llegar a tiempo a clase.

¿Qué hago entonces, cuando pienso que 45 minutos en un exceso de tiempo considerable como para irrumpir en el aula? Me refugio en la biblioteca, ese mar de silencio lleno de respiraciones contenidas.

Me siento cómoda entre libros. Siempre ha sido así. A veces, mucho más que entre personas. Los libros esconden almas, historias, sentimientos, pero no mienten, ni insultan, ni incomodan. Son los perfectos compañeros. Los pensamientos de miles de personas de siglos distintos, reunidos en una misma sala ¿No es emocionante?

Y entre ellos, las ideas que aún están por nacer, las de los estudiantes que buscan la tranquilidad y el silencio que custodian los guardianes de papel y tinta, sepultados entre apuntes y más apuntes; exprimiendo las neuronas para memorizar, para aprender... Y sin embargo, cuando la concentración les abandone y su mente comience a divagar por mundos remotos de la mano de la imaginación, entonces, y sólo entonces tendrán LA idea.
No todos, pero quizás alguno se dejará seducir por ella, le dará nombre, forma, y creará  algo que cambiará su vida, y puede que la de más gente.

Y yo, mientras tanto, seguiré en mi mesa de la última esquina, atrincherada en la sección de literatura, esperando a mi propia inspiración.

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