miércoles, 8 de septiembre de 2010

Las verdades duelen

La vida es una mierda. El mundo también lo es. ¿Por qué los adultos nos engañan de pequeños? ¿Por qué nos alientan a ser buenas personas, si la única manera de ser feliz y sobrevivir es no serlo, y librarse de toda conciencia y rasgo de humanidad, como puede ser la compasión, para aplastar a los demás sin remordimiento? ¿Por qué se engañan a sí mismos creyendo en religiones utópicas o imposibles, en ideas irrealizables, en sueños de un mundo mejor?
En el fondo de nuestra conciencia social lo sabemos. Los ancianos, esos que en tantas culturas se conocen como sabios, lo saben. Por eso hay tantos de ellos amargados. No porque envidien la juventud, no. Es porque sienten que han malgastado su vida. Por primera vez se dan cuenta.

La vida es una mierda, y los humanos, basura. Sujetos llenos de codicia y egoísmo, subyugados a códigos éticos tan frágiles como el cristal, agresivos y pasionales.
Si eres bueno, te pisarán. Un y otra vez. Tendrás la conciencia tranquila, pero no lograrás nada.
En este jodido mundo sólo ganas con dinero y sin escrúpulos. Y el único esfuerzo que tienes que hacer es el de volverte frío como un témpano de hielo. Así, consigues lo que quieres.

Pero entonces ¿Qué?
No puedes sentir nada. Y entonces está el vacío. Y adiós a la felicidad.

¿Qué hacer, cuando, por una regla de matemáticas invisible, los cabrones ríen y los honrados padecen?
La felicidad está en la ignorancia. Destinada a los estúpidos. No me extraña que cada día haya más gente que intente serlo.

La tragedia humana está en la consciencia, en el descubrir la perfecta imperfección que nos caracteriza. No podemos alcanzar el siguiente nivel.
El super hombre fraasado.

Es es la verdad, y también nuestra condena.

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