miércoles, 6 de octubre de 2010

El cielo no queda tan lejos del suelo

A veces, cuando me enfado porque pasa algo que no me gusta, pienso en el karma, y lo maldigo, porque ¿Si realmente existe, por qué tengo mala suerte? Depende del día que tenga (todo depende de eso, en verdad; de mis imprevisibles cambios de humor), respondo de una forma u otra.

Hoy es uno de esos días en que de pronto, la vida me parece maravillosa. A pesar de muchas cosas, a pesar de haber estado llorando intermitentemente, de repende levanto los ojos, y me doy cuenta de algo. ¿Cómo maldecir al karma cuando ya ha cumplido su misión con creces? (No vamos a exigir demasiado, que es un ente abstracto, no un superhéroe) Me ha dado la mejor arma para enfrentarme a mis dificultades; gente que me quiere. Me pongo a contar y me vuelvo consciente de que son muchísimas las personas que me valoran y me arropan en los momentos más bajos; mi madre, mis hermanos, mis compañeros, amigos y directores de coro, compis y amigos de clase, mis AMIGOS con mayúscula, porque son un gran tesoro, y sobre todo Diego, que, sin duda, es mi favorito, porque él es el mayor regalo de ese extraño ente al que llamo karma, y que tuvo la magnífica idea de que nuestras vidas se cruzaran.

Me gusta la idea del karma porque no defiende la existencia de un destino, sino simplemente, que todo lo que hagas en esta vida tendrá consecuencias, que son nuestras acciones y decisiones las que marcan el camino. Eso me alienta a ser mejor personas, a crecer y a madurar cada día, a querer hacer felices a quienes me rodean. Porque ellos me hacen feliz a mí. Porque, probablemente, la soledad es el peor castigo que puede sufrir una persona, y, visto lo visto, no lo debo de estar haciendo tan mal, porque estoy muy bien acompañada.

Eso hace que suba la autoestima; el que, cuando piensas en los nombres de las personas a las que quieres, esas que hacen que se te dibuje una sonrisa nada más verlas, te vegan a la mente todos esos nombres, y no puedas dejarte ninguno, porque cada uno de ellos es una pequeña pieza del puzzle que forma la felicidad:

Mamá, Jose, Cristina, Javi, David, Nieves, Luís, Marian, Diego, Alex, Santi, Fer, Isabel, Garcés, Marta, Bea, María, Javi, Andrea, Nacho, Oier, Laura, Sofía, Melissa, Irene, Elena, Nerea, Querol, María Sancho, Puenty, Javi R, Marco, Olalla, Borja, Miguel, Edu, María, Paloma, Carlota, Blanca, Marina, y, por supuesto, DIEGO.

La felicidad sólo existe cuando se comparte.

El cielo no queda tan lejos del suelo. Sólo a 40 pasos. Uno por cada persona a la que quiero.

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