domingo, 24 de agosto de 2014

Dubliner: Capítulo 1.

Comencemos por el principio.

1. Madrugones, trenes, y aeropuertos.

Todo empezó la mañana del viernes 22 de agosto a las 5:00, aunque en realidad fueron las 5:10, porque hasta en el día de mi marcha me quedé remoloneando 10 minutitos más. Así pasó, que con la legaña puesta, a pesar de haberme duchado cuando el taxi estaba llegando a la estación me di cuenta de que me había dejado el ipod encima de la mesa y empecé a maldecir en hebreo, arameo, y otras cinco lenguas inventadas para la ocasión. Pero evidentemente, y aunque el viaje me parecía una tortura sin música, ya no me daba tiempo de volver a por él. Así que bajé del taxi con gran consternación para constatar otro hecho: La maleta pesaba más que yo y apenas podía moverla. Mi madre me miraba temiendo por mi integridad física mientras cargaba con el susodicho mastodonte, la otra maleta y el bolso, que tampoco iban ligeros. 
Pero con gran esfuerzo y ayuda de un voluntario forzoso, conseguí meterlo todo en el tren y tomar asiento. Se me cayó el alma a los pies al ver que a mi lado iba un individuo haciendo ejercicos de gramática para el Proficiency. Recuerdo que eran las 6 de la mañana. Pero al otro lado de la mesita no mejoraba el asunto, ya que había un muchacho que al parecer iba a cruzar el Atlántico para trabajar como ingeniero informático. Lo que no sé es cómo se las apañará al otro lado del charco, porque su señora madre, sentada a su lado le controlaba hasta si se levantaba al baño. Pero eso es algo que nunca sabré. 
Una vez en Sants, tuve un momento emotivo mientras me comía un muffin. No por el muffin, que podría haber sido, sino porque me di cuenta de que la última vez que había estado allí fue al comienzo de interraíl. Y me entró la nostalgia. Acto seguido me subí a un taxi, por no volver a cargar con la maleta en otro tren. 
La odisea del aeropuerto se puede resumir en mucha fila, maleta con sobrepeso, maleta de mano que no es aceptada en los estándares de Ryanair, y 50€ menos en mi cartera, todo esto con chanchullos de "te facturo la de mano gratis" "vete a pagar el exceso de peso a ese mostrador y luego vuelve a por tu billete" mientras por el altavoz se pedía a los pasajeros con destino a Dublín que se dieran prisa que ya se estaba embarcando. Así que como de costumbre, llegué corriendo y por los pelos a la puerta de embarque. También como de costumbre, era la última de todo el aeropuerto, y yo por la mañana había tomado la sabia decisión de calzarme unos botines con un poco de tacón. La escena la dejo a vuestra imaginación. 
Pero... ¡Llegué al avión!
Tuve la enorme suerte de que me tocase junto a la ventanilla, y para aprovechar mi buena fortuna, me quedé frita antes de despegar. (Porque me cansaba de la visita turística que estaba haciendo el avión por todas las pistas del aeropuerto) 

Estrés, nervios, prisas... pero ¿Qué buen viaje no empieza así? A mitad del vuelo abrí el ojo, para no perderme las vistas al llegar. 





2. Irlandeses: usos y costumbres

La tarde del viernes y el sábado se podrían definir como avanzadilla de exploración. He caminado mucho, pero en realidad no he hecho gran cosa, más que familiarizarme con el entorno, tanto en el barrio, como en el centro, como en la casa. 
Conclusiones que saco hasta el momento:
 - Los irlandeses de parecen bastante a los españoles en el buen sentido. Este barrio es como un pueblo, todo el mundo se conoce, los niños corren de aquí para allá, entran y salen a su antojo de las casas. Tienen, por lo que parece un gran sentido de comunidad. Son amables, simpáticos, y dispuestos a ayudar en todo momento. La familia con la que vivo es encantadora. Son gente de dinero, y sin embargo son muy sencillos y disfrutan de su vida familiar y con los vecinos. Tienen un montón de amigos y no les importa que su casa esté llena de gente. 
 - El centro de Dublín es una locura, pero una locura maravillosa. Hay música por todas partes, en todas las tiendas (buena música, he de añadir, me pasé el día cantando y silbando) y por la calle un montón de músicos con distintos instrumentos que tocan sorprendentemete bien. ¡Hasta los acordeonistas! Nada de Dimitris que tocan cuatro notas como en Zaragoza, músicos de verdad. 
Es todo muy bullicioso, hay gente de todos los tipos, hay manifestaciones distintas en el mismo sitio a todas horas, y tiendas coloridas en medio de edificios cochambrosos. En definitiva, es una ciudad que respira vida sin ocultar un pasado de pobreza, pero llevado con dignidad. 
Me encanta. Tiene algunos rincones muy bonitos, llenos de encanto, y edificios majestuosos, como la catedral de St.Patrick.

Lo malo es que mi barrio es residencial y está a las afueras, y para llegar al centro, o cojo el bus, y me arruino, o voy en bici por carretera y me juego la vida. Creo que será la segunda opción, que soy una chica intrépida. 
Cuando empeice a trabajar y a vivir, supongo qu tendré otras perspectivas.
Y con esto y un bizcocho...






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