miércoles, 27 de enero de 2016

Lucía. 2016

Lucía tuvo a Mario con veinticuatro años. Recién licenciada. Según sus padres, una carrera universitaria tirada a la basura. Ahora su hijo va a cumplir dieciocho y se prepara para la selectividad. Lucía no puede creer que haya crecido tanto, que el tiempo haya pasado tan deprisa.
Él está sentado en el sofá, con los apuntes desparramados por el sofá y la mesita de café, mientras mira de reojo la televisión. Su madre duda de su concentración, pero sabe que es mejor no decirle nada. Aunque es casi un adulto, todavía no soporta que nadie le diga lo que tiene que hacer. Menos aún si es su madre. Lucía sonríe al pensar que ella también fue así. De genio rápido y respondona. Antes de que la vida se le echase encima y se diera cuenta de que estaba embarazada.

Entra en el baño y abre el agua de la ducha. Cierra la puerta tras de sí. No quiere que Mario la pille sumida en uno de sus ataques de nostalgia. Una vez, al verla llorar, le preguntó si se arrepentía de haberlo tenido. Aquello provocó que el llanto aumentara por el horror de hacer sentir a su hijo culpable. Mario era lo mejor que le había pasado. Y aún así...

¿Cómo hubiera sido su vida si esa noche, en el viaje de estudios, no hubiera bebido en cantidades ingentes? Se ve a sí misma en el crucero por el Mediterráneo, el vestido blanco vaporoso que contrasta con su piel morena, su cabello castaño aclarado por el sol y alborotado por la humedad. Las miradas intercambiadas con aquel chico de ojos claros, algo larguirucho, y su divertido acento británico. Mario era un calco de Lucía excepto por aquellos ojos que cambiaban de tono de gris según la luz. Tom. Ni siquiera llegó a saber su apellido.

Levanta la vista y se mira al espejo. El pelo castaño y alborotado es ahora una melena lisa, corta y teñida para ocultar las canas incipientes. La piel ya no es tersa y morena, sino que acumula en sus pliegues todas las preocupaciones vividas a lo largo de los años. Ser madre soltera no ha sido fácil. Pero lo ha conseguido. Y Mario va a ir a la universidad en septiembre. Su polluelo abandona el nido. Y a diferencia de ella, a pesar de haber heredado su genio, es mucho más responsable. Tampoco ha sido fácil para él. Lucía sabe que educó al hombre que había dentro del niño mucho más pronto de lo que le correspondía.

Pero ahí están los dos, dieciocho años más tarde, y han conseguido hacer el camino.
Y aún así...

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