martes, 4 de noviembre de 2008

Un cuento

La niña estaba sentada en una piedra, mirando el camino solitario.
Le caían lágrimas por las mejillas porque se había perdido, y no encontraba a sus acompañantes. Ya había pasado un buen rato desde que el sol se había escondido tras el horizonte, y ahora una bóveda de estrellas cubría su cabeza, pero ella no era capaz de verlas, ya que tenía la vista nublada por el llanto.
Se abrazó las rodillas, escondiendo la cabeza, y rogando que la luz volviese pronto.

-¿Por qué lloras? – preguntó una voz.

La niña levantó la cabeza. Ante ella se encontraba un niño flacucho y despeinado de su misma edad.

-Porque me he perdido
-¿Te has perdido? ¿Cómo es eso? – el niño la miró extrañada.
-Pues, no lo sé. – la niña hipó – me dí la vuelta un momento, y cuando volví a mirar hacia delante, estaba sola. Todos se habían ido sin mí.
-Y ¿Por qué no has seguido andando?
-Porque no sabía a dónde ir.
-Pero si sólo hay una dirección – rió el niño – No tenías más que avanzar.
-Me daba miedo – protestó ella – Y además ¿Y si vuelven a buscarme?
-Si volviesen a buscarte, los encontrarías por el camino. No hay bifurcaciones en este camino.
-Deja de burlarte de mí – la niña volvió a llorar – esperaré aquí hasta que vengan a buscarme.

El niño la miraba atónito, pero decidió no insistir y seguir adelante.
La niña se arrepintió al momento, pues se sintió aún más sola. Volvió a enterrar la cabeza entre las rodillas, y cerró los ojos, decidida a esperar que llegase el día.
No había pasado mucho tiempo cuando notó unos golpecitos en el hombro. Levantó la vista y vio al niño, que la miraba sonriente y con una flor en la mano.

-Fui a cogerla para ti – explicó – No quería que estuvieses triste
-¿Por qué has vuelto? – preguntó ella, cogiendo con cuidado la flor que le tendía
-Nunca me marché, sólo me adelanté un poco para buscar algo que te hiciese sonreír.
-Gracias – ella le regaló entonces una tímida sonrisa – Pero ¿No hay nadie esperándote?
-No
-¿Estás sólo?
-No, tengo mi sombra, mis zapatos, y mi buen humor. Además está el sol, los árboles, los pájaros, las piedras del camino… Con este mundo llenas de cosas bonitas ¿Cómo iba a estar sólo? Y ahora estoy contigo.
-Y ¿No tienes miedo? – la niña se restregó los ojos para verlo bien
-No, no tengo porqué tenerlo. Yo voy andando, y me voy encontrando cosas. Algunas son malas, pero otras muchas son buenas. Si me asustase cuando aparecen cosas malas, y me parase en el camino, me perdería todas las buenas.
-Oh… - la niña se miró las palmas de las manos, algo avergonzada
-¿Quieres caminar conmigo? – preguntó entonces él.
-¿Contigo? – ella le miró con los ojos abiertos de par en par.
-Sí, podemos ir de la mano hasta que se te pase el miedo, a mí no me importa.

El niño le tendió la mano y ella la cogió. Él tiró de ella para ayudarla a levantarse de la piedra, y con una sonrisa, empezaron a andar. Como ella tenía las piernas entumecidas después de haber estado sentada tanto rato, y se sentía insegura, él le dio un beso en la mejilla.

-¿Has visto lo mucho que brillan las estrellas esta noche? - preguntó el niño.
-Es verdad – reconoció ella, y, sin rastro de lágrimas en los ojos, miró hacia el cielo y juntos echaron a correr.

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