sábado, 1 de noviembre de 2008

Zoe

Suena el teléfono. Es esa melodía repelente que a su novia le encantaba. Su novia… el eje sobre el que solía girar su mundo. Y ahora ella se había ido. Y su mundo ya no gira, ha perdido el sentido. Así que ¿Para que continuar con esa patética imitación de vida?
Ha ido allí para acabar con ella. A aquel lugar solitario donde solían pasar el tiempo juntos.
Si al menos ella le hubiese dejado voluntariamente, él podría superarlo y empezar de nuevo. Pero ahora no. Porque el destino era cruel y se la había arrebatado. A la luz más brillante de su vida. Y el no sabe vivir en las sombras.
El teléfono sigue sonando con insistencia.
Mira un momento al vacío que se abre bajo sus pies y decide que puede esperar. Esa llamada será la última que reciba.

-¿Si?
-¡Hola! – una entusiasta voz femenina suena al otro lado de la línea
-Perdona ¿Quién eres?
-Soy Zoe
-¿Que eres quién? – frunce el ceño. Él no conoce a ninguna Zoe.
-Pues Zoe, ya te lo he dicho. ¿Qué tal te va?

Él suspira. Qué pregunta tan oportuna. ¿Qué puede responder? ¿Que es un hombre acabado a punto de suicidarse?

-Bien, me va bien. – susurra
-Uy, ese bien no ha sonado nada convencido ¿Estás seguro de que es tu respuesta definitiva? Te doy cinco segundos para cambiarla.
-¡Pero… - resopla, frustrado. No conoce a esa chica. ¿Por qué está hablando con ella? – Oye, mira, voy a colgar.

Sin embargo no lo hace. Aparta el móvil de su oreja, pero no es capaz de pulsar el botón rojo. Lentamente vuelve a acercárselo.
-¡No me has colgado! – exclama ella – No disimules, te oigo respirar.
-No, no he colgado.
-Bueno, ¿Cambias tu respuesta?
-¿Mi respuesta?
-Está bien, volveré a preguntar. ¿Qué tal te va?
-Mal – responde él con voz ronca. – Me va mal…
-¿Por qué? – pregunta ella con simplicidad.

Y él responde. Y le cuenta todo. Nuria, su voz, su risa, su pelo, su olor, sus ideas, su primer encuentro, sus conversaciones, sus silencios, su amistad, su amor, su mundo. Nuria por la mañana, por la noche, al teléfono, en el jardín, en el salón, en la cocina, en el baño, en el dormitorio. Y luego el accidente. Y después, solo oscuridad. Y se lo cuenta a esa extraña, Zoe, que le ha llamado de repente. Se lo cuenta entre lágrimas amargas y desperadas, y siente que la pena va saliendo mientras sigue sentado al pie de ese acantilado que tan buenos recuerdos le trae. Al final calla.
Y luego se hace el silencio.
Zoe no dice nada, pero tampoco ha colgado.
Él cierra los ojos, y escucha el arrullo del viento marino en sus oídos. Huele la sal, siente la calidez del sol sobre la piel. Se siente en paz. Por primera vez desde que ella se marchó. Porque esa sensación que le invade le recuerda a ella, y le hace pensar que sigue allí, con él, y casi puede sentir sus dedos rozándole suavemente el dorso de la mano.
- Y ¿Ahora? ¿Cómo te sientes? – la voz de Zoe tan solo es un susurro.

El se ríe. Y continúa riendo, pues había olvidado lo maravilloso que era reírse.

-Mejor, me siento mejor.
-A veces la Vida te da sorpresas inesperadas – dice ella misteriosamente.
-Zoe ¿Quién eres en realidad?
-Ya te lo he dicho – él casi puede verla sonreír al otro lado de la línea, aunque ni siquiera sabe cómo es. – Tal vez algún día volvamos a hablar.

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