domingo, 2 de diciembre de 2012

Esa niña

“You need not be sorry for her. She was one of the kind that likes to grow up. In the end she grew up of her own free will a day quicker than the other girls.” 
― J.M. BarriePeter Pan

Esa niña de ojos grandes y brillantes cargados de ilusión. Esa que creía en la magia. Esa que detestaba ser la princesa y tener que esperar a ser rescatada. Nunca se le dio bien esperar. Prefería esgrimir la espada y luchar por sí misma. Ser la heroína del cuento. La que salvaba a los demás. Esa niña que le preguntaba incesantemente a su madre si era buena. Porque siempre quería ser mejor. Esa que decía que lo que quería hacer de mayor era cambiar el mundo. Esa niña que vivía en un mundo distinto, que se fiaba de su instinto y su infinita imaginación. Que creaba mil castillos en el aire, e ideaba mil aventuras. Que soñaba con ser Indiana Jones. Que se refugiaba en los libros, porque la fantasía era con creces mucho mejor. 
Esa niña una vez fui yo. 

La niña se vio obligada a crecer de golpe, a encarar las injusticias de la vida demasiado pronto. Se vio asaltada por mil dudas existenciales y su forma de ver el mundo cambió. Los libros nunca faltaron, eso permaneció. Empezó a escribir para aclarar su mente,  y alguna que otra historia para evadirse del presente. Con tantas ideas nuevas levantó un escudo, se volvió una rebelde con causa, una idealista, una soñadora. Le empezó a interesar la política. Palabras como justicia y libertad cobraron nuevos sentidos. Se llamaban principios. Se volvió apasionada, intensa, se entusiasmaba con cada nuevo proyecto, vertía el alma en cada cosa que hacía. Luchó por su identidad sacando las garras, y la integridad y la autenticidad le costaron un precio. Fue doloroso. Pero venció. Como todas sus batallas. Era bastante radical. En el juego de la vida había que luchar por sobrevivir. Y ella sabía quién era. Sabía que quería escribir. Que quería viajar. Y como siempre, cambiar el mundo. Se lanzó a la aventura como siempre había soñado, cruzó medio planeta, dio la vuelta a un continente, y su horizonte expandió.
Esa chica una vez fui yo. 

Y entonces llegó el amor. Y todo aquello en lo que una vez había creído; la libertad e independencia por encima de todo, se desvaneció. Porque estaba loca por él, y como siempre, se entregó en alma y cuerpo. Hasta se olvidó de sí misma. Le regaló su identidad, para que él hiciera lo que quisiera con ella. Se adaptó, porque eso es lo que hay que hacer cuando es cosa de dos. Empezó a posponer los grandes sueños de su vida. Pensó que la rutina no estaba tan mal. Quedarse en un sitio, tener una casa.  Que ya viajarían cuando fueran mayores. Poco importaba todo, mientras él estuviera a su lado. Los sacrificios no lo fueron. Era regalos. Como cada segundo a su lado. Y él le hacía feliz. Y cuando se prueba la felicidad, no se quiere renunciar a ella. Porque es mucho mejor que todos los principios, los sueños, los grandes ideales. Tres años y un poco duró el sueño. Y ella se quedó rota, desmadejada, buscando los trozos de su corazón en las tinieblas, agarrándose a sus sueños locos de cambiar el mundo... Porque al final, eso es todo lo que queda. 
Esa mujer soy yo. 

Colecciono cicatrices, no sólo historias. O tal vez las historias que cuentan esas cicatrices son las que forman el relato de mi vida.  Un relato que valga la pena conocer. Pero poco me importa ya la trascendencia, la inmortalidad de la memoria. Me abandonaría al olvido por una sola vida junto a él. 

¿Qué fue de aquel espíritu libre, salvaje, indómito? ¿Qué fue del fuego que solía agitar mi alma? Un nuevo soplo de la vida lo apagó. Y ahora toca volver a esgrimir la espada, sin esperar a ser rescatada, coger el escudo de ideales y refugiarme tras él. Porque al fin y al cabo, no soy tan distinta de aquella niña que fui ayer. 


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