viernes, 5 de julio de 2013

Nocturna. Otra más.

Pedalear fuerte, por las calles vacías escondidas bajo el manto de la noche, hasta que los ojos lloran por el cierzo y el corazón se desboca.
Pedalear tan fuerte que se quema la rabia en el dolor de los músculos al subir una cuesta.
La noche, el río, el cierzo, el silencio. Y yo. Y el abismo. Y el remolino de frustración y desesperación que ruge en mi pulmones y lucha por salir de la garganta, y arrasar con todo, lanzar palabras como dardos envenenados y no dejar títere con cabeza, dejar de callar todo lo que he callado.

Pero no es el momento. Nunca lo es, en realidad. Tal vez esté atrapada en una vorágine de tiempo y espacio a la que no pertenezco. ¿Qué culpa tienen los demás? La extraña soy yo. Soy un cuerpo extraño al que el organismo rechaza por falta de compatibilidad. No tengo feeling con el mundo.
Es como oír las voces de todos en mi cabeza. Es cansado oír sus mentes cuando difiere de lo que dicen sus lenguas. Tanta hipocresía. Tanta soledad en medio de un montón de gente. La gente me agota. Me agotan las convenciones sociales, el poner buena cara, el ser políticamente correcto.
Hay veces en la que me odio. Aunque luego pienso que adaptándome soy tan buena como cualquier camaleón... pero ni si quiera el camaleón puede transformarse en algo que no es.
Hay veces que odio a los demás. Por ser cobardes, mentirosos, ignorantes. Pero luego pienso que es otra forma de supervivencia, y se dice que en la ignorancia está la felicidad.

Ojalá pudiese contentarme con ser ignorante. Pero es mentira, en el fondo no lo deseo. Tan solo quisiera que las osas fueran fáciles de vez en cuando, para variar.

Tengo tantas ganas de volar tan lejos.

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