viernes, 29 de mayo de 2009

Pensamiento acelerado

En ocasiones siento que pienso demasiado. Tanto que me llega a doler la cabeza.
El ser humano sólo utiliza una pequeña parte de cerebro. Tal vez sea por algo. Tal vez sobresaturo el mío, y no está preparado para ello. Pero no puedo no pensar, por muy agotador que resulte a veces.
Las ideas, la palabras, bombardean mi mente de tal manera que a menudo se me traba la lengua, o, incluso, de vez en cuando, ésta colapsa, y me olvido completamente de lo que estaba pensando una milésima de segundo antes.
Y me quedo en blanco. Y en ese instante descanso.

Porque ya no puedo dormir por las noches; mi cerebro no quiere ponerse en standby... hay demasiadas cosas que entran constantemente. E incluso cuando por fin se abandona en brazos de Morfeo durante unas escasas horas, nunca consigue llegar a la profundidad calmante y tranquilizadora de la fase REM.

Siempre hay pensamientos, disfrazados de sueños irreales por el subconsicente, que interrumpen el descanso. Y me propongo darle una utilidad.

Porque aunque pienso, y pienso, normalmente a la hora de verdad actúo por impulsos. ¿De qué me sirve, entonces?
La meditación ya no me ayuda, no consigo relajarme.
Así que busco el motivo. Pongo un nombre a mi tormeno.

Y aunque mi cerebro asimila el concepto no existe palabra capaz de captar la esencia.
Podría llamarse frustración, agobio, encierro, claustrofobia... pero ninguna sería exacta. Y entonces lo describo. Es como mirar hacia el cielo, con el cuello comletamente estirado hacia atrás, y ver que ls nubes crean n remolino imposible sobre tu cabeza. Es como si el horizonte dejase de ser lejano, como si los edificios se irguiesen tan alto que el azul quelos separa es apenas visible, y y no es azul, sino gris. Es como caer a oscuras, desafiando la ley de la gravedad, sin saer la dirección, porque has perdido el eje de tu propio equilibrio. Y la horas pasan, y de vez en cuado se producen destellos de felicidad en la nada, pero que no son suficientes para iluminar esa totalidad.
Sin embargo, me aferro a ellos, desesperada por dejar de caer, pero sin querer quedar en suspensión.

Y mi cerebro, frenético por la desesperación, busca sin descanso la manera de volver a la vida

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