lunes, 23 de abril de 2012

ARAGÓN

Dicen que el hogar de uno está allí donde está su corazón. Y lo cierto es que cuando vuelo por carretera y veo ese cartel que anuncia que vas a cruzar una línea imaginaria, o cuando sobrevuelo los Pirineos... Hay algo en mí que se relaja, y me envarga una paz infinita. Es un segundo, o tal vez menos, pero una vocecilla dice en mi cabeza: Ya estás en casa. 

Esta entrada surge como respuesta a los diversos insultos que mi Tierra, mi Hogar, ha sufrido en twitter hoy, que es su día, San Jorge. Y todo por decir San Jorge, y no Sant Jordi. El tema de Cataluña es largo y complicado, y no me quiero meter en ello. Pero mis raíces que no me las toquen. Que soy Aragonesa, con todas las letras, y a mucha honra. Y estoy harta de descerebrados que hablan sin saber, sin intentar ver más allá, e insultan porque sus argumentos son tan débiles, que al menor atisbo de un razonamiento contrario, los ven tambalearse. Qué triste, señores, qué triste.

Este es mi particular homenaje para tí, Aragón. 

A veces, la inmensidad de tu belleza, de tus distintos paisajes, es tan brutal, tan inmensa, que asusta, o emociona hasta hacer llorar. Eres grande, devastadora, fuerte, y luchadora. Aguerrida. Hace falta valor para vivir en tí, pues la naturaleza es más fuerte que el hombre en tus tierras, y demuestras todo tu poder a golpe de cierzo, de avalanchas de nieve, de periodos de sequía intensa y sol abrasador, de lluvias torrenciales que desbordan los ríos y arrasan con todo aquello que encuentran. Eres salvaje. Y sobre todo, eres libre. 
Las altas cumbres Pirenaicas, que albergan todavía a los señores de hielo, los glaciares, que esconden valles de belleza infinita y costumbres arraigadas, guardados por el señor de las alturas, el Quebrantahuesos, que planea soberano, mecido por las ráfagas de viento helador, en el último rincón que le queda sobre la faz de la Tierra.
Castillos e iglesias ancestrales, perfectamente conservados; el tiempo les ha concedido una pausa, y mientras las hojas de los árboles amarillean, se caen, y vuelven a florecer, la fría piedra permanece, constante, a la espera. 
Los ríos, fuente de vida y de belleza, descienden rápidos hasta el Ebro, llegando a la estepa, y al desierto. Y el Ebro. El Ebro. El eje de esta Tierra, el símbolo. El auténtico dueño y señor. Guardado por el Monte Viejo, el Moncayo, el refugio de las brujar, y las leyendas.
Y seguimos bajando, la tierra árida se mezcla con los bosques, y vuelven a aparecer las montañas, y en ellas, escondidas, cuevas con pinturas rupestres, con fósiles, con restos de dinosaurios. Hace miles de años que la belleza de Teruel cautivó a unos cuantos. 

Aragón, que ha visto convivir a judíos, musulmanes y cristianos, que ha reunido a diversas culturas; los celtiberos, los romanos. Aragón, cuya tierra ha sangrado a lo largo de los siglos por guerras provocadas por distintos motivos. Lo hombres mueren, pero Aragón permanece. 

Sus gentes. Tozudos, nos llaman. Cabezones. Brutos. No, no es así. Simplemente tenemos voluntad fuerte. Porque nuestra tierra así lo exige. Amables, acogedores, pero valientes. Y lo nuestro no nos lo tocan. Y aguantamos hasta la muerte. Y si vienen los franceses y caen todos los hombres, a la calle salen las mujeres, y los echan, aunque sea a golpes con sartenes. 

Para concluir, un poema cheso, que tiene un significado especial para mí:

 
S’ha feito de nuey, tu m’aguardas ya,
lo peito me brinca en tornar-te a besar.
Lo nuestro querer no se crebará,
aunque charren muito y te fagan plorar,
yo no’n quiero vier güellos de cristal
mullaos por glarimas que culpa no han.
Escuita, muller, dixa de plorar,
yo siempre he estao tuyo,
tú mía has de estar.
Dicen que un querer ye de dos no más,
y que ye más fázil fer-lo caminar,
cuando l’uno caye l’otro ha de bantar,
cuando l’uno caye l’otro ha de bantar.
S’ha feito de nuey, tu m’aguardas ya,
lo peito me brinca te quiero besar.


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