miércoles, 3 de abril de 2013

Un cuento. Parte 1

Erase una vez, hace mucho tiempo, o tal vez no tanto, un reino sumido en las sombras de la tristeza. Nadie sabía muy bien cuándo habían llegado, ni cuánto tardarían en marcharse. Y lo más importante, nadie sabía cómo se habían creado. Pero estaban allí, como una niebla espesa, y los habitantes del reino habían olvidado el color de las cosas, y también su olor, su sabor, su tacto. Sólo el sonido del eco poblaba las calles. La leyenda decía que todo se debía a una maldición... la gente había estado tan concentrada contando monedas de oro, plata, cobre y bronce, que los dioses, cansados de que los días de sol que regalaban a los hombres pasaran sin arrancarles una sola sonrisa, decidieron cubrir el reino con aquella niebla de desesperanza. 

El reino había tenido héroes y heroínas. Jóvenes fuertes, valientes y soñadores, que al retornar a sus hogares después de sus mil hazañas, habían caído en la rutina. Ahora sólo quedaban las historias de sus aventuras poblando la noche oscura. Habían tenido todo lo que habían deseado. Amor. Viajes. Aventuras. Dinero. Gloria. Podrían haber sido inmortales. Pero la bruma se había tragado las canciones que alababan sus gestas, ya no había trovadores en las calles. 

El protagonista de nuestra historia había sido uno de esos héroes. Había visto mundo. Había conocido a mucha gente. Era querido y respetado por todos. Y sin embargo, se sentía solo, vacío. Hacía tanto tiempo que no traspasaba las fronteras del reino en busca de algo... ¿Qué era un héroe sin una búsqueda? El hastío se apoderaba se sus días y sus noches. Copas que no saciaban la sed, risas huecas, y una sensación de desesperación cada vez más creciente y acuciante. ¿Qué sentido tenía su vida? 

Una noche como otra cualquiera, un viajero llegó a la ciudad. Era una novedad, aunque no un hecho extraordinario. Lo ordinario tenía demasiado poder en el reino como para que la sola entrada de un viajero perturbara la rutina. Sin embargo, nuestro héroe, aburrido de la monotonía, fue a visitarlo a la posada. Era un hombre extraño, que parecía no tener edad, ni rasgos definidos. No se podría decir si era joven o viejo, si era guapo o feo. Pero sus ojos tenían un brillo especial inteligente. 

 - Decidme, buen hombre, ¿qué novedades traéis de fuera del reino? 
 - No muchas, mi señor. Ya no hay dragones, gigantes, u otras criaturas de las que alarmarnos. 
 - Claro que no. Mis amigos y yo hemos combatido el mal durante años. 
 - Oh, ¿de veras? Debería haberos reconocido con esa brillante armadura, y vuestra elegante capa. 
 - No os preocupéis, debe de haber pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvisteis aquí
 - Ah, el tiempo... Mucho, poco... es todo relativo, depende de con qué lo comparemos, ¿no creéis, mi señor? ¿Hace mucho tiempo que no alzáis vuestra espada? ¿Hace mucho tiempo que dejasteis de sentir vuestro propio corazón? - nuestro héroe quedó callado, meditabundo - En realidad... sí que os traigo noticias. Se dice que en el norte está creciendo una fuerza oscura. 
 - ¿Qué tipo de fuerza? - algo dentro del caballero se agitó. 
 - Una bruja, señor. Una bruja con la lengua envenenada. Se dice que sus palabras son más mortíferas que la mirada de la Gorgona. 
- ¿Transforma en piedra a los hombres?
- Oh, no, señor. Los enloquece. Está sembrando el terror. Nadie se atreve a acercarse. Nadie puede soportar su presencia. Aquellos que se aventuran en su castillo, se pierden para siempre. 

El caballero tomó la firme determinación en aquel momento, de que debía llevar a esa bruja al lugar que se merecía; la hoguera. No debía existir en el mundo criatura con semejante poder. Rompía el equilibrio del cosmos. 
Así que ensilló a su caballo, cogió su espada y su escudo, y partió hacia las lejanas tierras del norte, tierras montañosas, pobladas de bosques, riachuelos, y cuevas. El escondite perfecto para una hija de las sombras. 

Sin embargo, conforme iba acercándose, algo le llamó poderosamente la atención. Podía distinguir los matices arcillosos del camino, el verde de los árboles... y el azul del cielo. ¿Acaso la bruja era tan poderosa que había sido capaz de diseminar la niebla? 

Ni un alma se interponía entre él y el enorme castillo de piedra. Tan solo la luz del sol. El caballero bajó del caballo en la entrada principal. No había puertas que impidieran el paso. Entró despacio, con cautela. Seguramente, la bruja debía de tener sus trampas. Pero él había combatido contra todo tipo de monstruos y criaturas del mal, sabía enfrentarse a todas sus artimañas. El castillo era un amasijo de amplios y luminosos corredores con enormes ventanales, techos altos, abovedados, con hermosas imágenes decorándolos. Una suave corriente templada recorría los pasillos, casi sin perturbar las llamas de las antorchas. No parecía haber nada maligno en aquel lugar. Pero el caballero sabía que las brujas eran expertas en el arte del engaño. Que primero seducían, y luego, cuando sus víctimas estaban indefensas, atacaban. 

Un lobo apareció en medio del corredor. Era una criatura magnífica, de pelaje plateado, y ojos cristalinos  que reflejaban el baile intimista del fuego de las antorchas. Sacó su espada, preparado para el ataque del animal, pero éste, después de sostenerle la mirada durante unos segundos, se dio la vuelta y desapareció por donde había venido. El caballero lo siguió con curiosidad renovada. El amplio corredor desembocaba en una enorme sala circular. Nunca había visto nada igual. Los techos eran tan altos que la vista no alcanzaba a ver el final. Y las paredes estaban cubiertas de libros y manuscritos. Debía de haber miles. Unos cuantos cojines de colores desparramados por el suelo, de cálida madera. Y en medio de la sala, un árbol blanco, poblado de pequeñas flores que anunciaban la llegada de la primavera. La primavera... una noción que el caballero casi había olvidado. No sabía cómo podía sobrevivir el árbol en aquel lugar, sólo podía tratarse de magia, claro. 
Y allí, sentados entre las enormes raíces, estaban el lobo... y la bruja. Ella, con una túnica del color de la sangre que contrastaba totalmente con la blancura de su creación. Le estaba observando. El caballero alzó la espada una vez más, así como el escudo, pues no sabía por dónde vendría el ataque.

 - ¿Entras en mi casa armado, y temes que la que ataque sea yo? - inquirió ella, leyendo sus gestos, y tal vez sus pensamientos. Tenía una voz suave, casi infantil. 
 - He venido a sentenciar tu destino, bruja
 - ¿Y qué destino es ese, si puede saberse? 
 - La hoguera, por supuesto.
 - La hoguera, la hoguera - ella se puso en pie, riendo - los humanos sois tan poco imaginativos. Dime, gran caballero  ¿Por qué crees que tienes derecho a decidir cual es mi destino? - empezó a aproximarse hacia él - Has venido a matarme porque te aburres. Típico en vosotros. 
 - Calla, no te acerques más. Lo primero que haré será cortarte la lengua. - amenazó, blandiendo su espada
 - No seas molesto. - La bruja hizo un gesto con la mano, y la espada y el escudo del caballero desaparecieron. Éste retrocedió - No te preocupes. No los vas a necesitar. - Desapareció y apareció junto a él. El caballero dio un respingo. - Ven conmigo, te mostraré algo. 
 - Aléjate de mí. Se lo que haces con los hombres. Les vuelves locos al hablar. Les seduces con tus palabras  para que confíen en ti, entras en sus mentes y las destrozas. 
 - ¿Eso hago? Dime, gran defensor de la justicia y el bien... ¿has notado qué azul es el cielo aquí en el norte? ¿Cómo es la vida dentro de las fronteras de tu reino? Yo no vuelvo locos a los hombres. La verdad los enloquece. A algunos porque no son capaces de aceptarla. A otros, porque se vuelven capaces de hacer grandes cosas una vez que la comprenden. Y a esos que se vuelven diferentes, el resto los margináis. Porque los seres humanos sois demasiado cobardes, y pensar que pueden tener razón os haría enfrentaros a vosotros a esa verdad que tanto teméis. Pero tú... tú has venido a buscarme, como tantos otros. Así que en el fondo de tu corazón hay algo de valor. O de inquietud. Sea como sea, yo puedo ayudarte. 
 - Ayudarme ¿a qué? 
 - A aliviar tu espíritu, por supuesto. Te veo, caballero. Sé cómo son tus días; grises, idénticos. Te ríes de bromas que no te hacen gracia, bebes vino para facilitarte a ti mismo la tarea, duermes con mujeres a las que no amas, compartes secretos que no tienes. Una vez fuiste glorioso. Una vez tuviste el mundo a tus pies. Veías tanto, aprendías tanto, te gustaba tanto la vida... Hasta fuiste capaz de amar. ¿Qué pasó, caballero de brillante armadura? ¿A dónde fueron todos esos sentimientos que llenaban tu vida de color? Yo sé el secreto. Acompáñame.

Volvieron al corredor, y avanzaron en línea recta. La bruja se movía con ligereza, pero con pasos decididos. El caballero estaba encandilado. Sabía que había caído en el embrujo de sus palabras. Podía sentir que ella era poderosa. Muy poderosa. Pero necesitaba saber. Era demasiado tarde para dar media vuelta. La bruja había visto su corazón, y había desenterrado preguntas que creía olvidadas. Era peligrosa. Pero quería correr el riesgo. 
El corredor dejó paso a un gran patio de piedra. Y en el centro se hallaba una gran fuente de cristal. La bruja se acercó a ella y se inclinó sobre las aguas calmadas. ¿Querría envenenarle dándole de beber? 

 - Toda tu vida has estado inmerso en un una búsqueda... tanto que la búsqueda perdió el sentido. La vida es la gran búsqueda de la verdad, la empresa de resolver todos nuestros interrogantes. Los mortales os movéis en un gran mar de sombras, y de vez en cuando conseguís atisbar un resquicio de luz. Por eso buscáis, y buscáis. Pero hace tanto tiempo que no veis un pequeño haz de luz, que habéis perdido el rumbo. No sabéis lo que buscáis. 
 - Y ¿tú lo sabes?
 - Claro que sí. Buscáis lo que buscamos todos. La felicidad. 
 - La felicidad es el camino, no la meta. - La bruja esbozó una sonrisa triste.
 - Bellas palabras, caballero... pero decidme: ¿sois feliz? Yo creo que no. Es necesaria una meta, o si no la búsqueda pierde todo el sentido. Y os quedaréis atrapados en el fango de la desesperación, esperando a que vuestros días pasen lentamente y la muerte os encuentre. Como hacíais hasta que vinisteis a buscarme. Y sin embargo... un día, no hace tanto, supisteis lo que era ser feliz. Y os acostumbrasteis tanto a la felicidad que dejó de importaros. ¿Sabéis? Lo bueno de la felicidad es que uno puede desearla. Mientras uno la desea, se tiene esperanza. Se tiene algo por lo que luchar. La paz es para los viejos, los que saben ya. Los jóvenes como vos... Vos deberíais saborear mucho más cada momento. Pero no lo hacéis. Languidecéis en vuestro hogar esperando a que pase algo. Las aventuras que vivisteis en el pasado... ¿Llamaron a vuestra puerta, o salisteis en su busca? La espera es para los muertos. Y no hay peor muerte que la muerte en vida.  
 - Quiero vivir - murmuró el caballero. - He intentado seguir siendo feliz, pero no he podido. Las andanzas ya no me llenan. Es todo vacío... - La bruja hundió su mano en la fuente y sacó un espejo. 
 - Toda vuestra vida habéis estado errando. Habéis buscado donde no debíais - le tendió el espejo - La felicidad está en vos, caballero. El destino no tiene ninguna artimaña preparada. Sois vos quién debéis darle sentido a vuestra vida.

El caballero asió el espejo que ella le ofrecía, ansioso por saber. La verdad estaba en aquel cristal. Sin embrago, ella no lo soltó.

 - Sed precavido, pues este es un espejo cargado de magia, y sólo muestra la realidad. La verdad detrás de la armadura. Lo que muchos no ven. Lo que puede que ni vos mismo veáis. 
 - No tengo miedo. 
 - Oh. Pero lo tendréis. Este espejo os mostrará vuestros miedos, vuestras incertidumbres, los pecados cometidos, vuestros deseos más oscuros. Os enseñará que también hay mal en vos. Me culparéis a mi, tratando de negar lo que habéis visto. Diréis que es magia negra. Me culparéis durante mucho tiempo. Pero no soy yo la que ha sembrado sombras en vuestra vida. Recordad esto. Después lloraréis, cuando comprendáis que es cierto. Que todo eso es parte de vos. Y finalmente lo aceptaréis. Y podréis volver a mirar sin asustaros, y entonces veréis cómo todas las sombras se mezclan con la luz que hay en vos. Y en ese momento, sólo en ese momento, veréis la imagen de vuestra alma. 

El caballero sostuvo el espejo de manera que no podía ver su reflejo. La bruja hacía enloquecer con sus palabras. Sus palabras y su magia. Podía ser un truco. Y él habría caído como un idiota. La observó. Parecía joven, frágil, indefensa. Estaba jugando con sus emociones. Lo manipulaba para que mirase al espejo y quedase conmocionado. Y entonces, ella habría ganado. Él había acudido allí para acabar con ella. Y sin embargo, allí estaban, en un rincón idílico de su patio. 

 - ¿Por qué me ofrecéis ayuda? Yo vine aquí para mataros.
 - Porque si sois lo suficientemente valiente como para aceptar la verdad sobre vos mismo, seréis uno de esos locos que hacen grandes cosas, y un trocito más de cielo estará azul, y brillará el sol para vos. No deseo perjudicaros. 
 - Así que sois una bruja buena...
 - No soy ni buena, ni mala. Eso son conceptos humanos. Yo puedo hacer daño. Soy peligrosa. Vos lo percibís. Pero haceros daño no me beneficia en nada... en cambio, el sol sí lo hace. 
 - ¿Alguna vez fuisteis humana? 

La bruja clavó sus enormes ojos en él, con una especie de furia ardiendo en sus pupilas. Pero le regaló una sonrisa tranquila, aunque por un momento su mirada se había parecido a la del lobo. 

 - Lo fui una vez. Hace tiempo.
 - Y ¿qué pasó?
 - Que no se puede ser humana si no se tiene corazón. 
 - ¿Dónde está? Yo podría encontrarlo
 - Qué noble por vuestra parte - dijo ella, en tono de burla. - En vez de matar a la bruja, el valiente caballero le devolvió su corazón, y de ese modo la liberó. No, caballero, no podéis encontrar mi corazón. Las cenizas son difíciles de buscar. 
 - ¿Por eso estáis aquí, sola?
 - Como ya os he explicado, el conocer la verdad implica ser un marginado. Yo elegí libremente el conocimiento, y el precio es la soledad. Y sin embargo, nunca estoy sola. Habéis visto todos los libros que tengo en mi sala favorita. Encierran las almas de quienes los escribieron. Siempre tengo compañía, de lo más variada, caballero. Y mis acompañantes no pueden decir mentiras. Y luego, claro está, tengo a Lobo. Aprenderéis que algunos animales son mejores que los hombres. Más inteligentes. Más intuitivos. Menos cobardes. Más leales. 
 - Pero... y ¿todos aquellos que ya han descubierto la verdad? 
 - Siguen siendo humanos. Tienen corazón. Yo... yo tengo magia. 
 - Podría quedarme con vos... y aprender... magia
 - La magia nos os servirá en vuestro camino. Y yo no acepto a ignorantes bajo mi tutela. 
 - Entonces, si miro al espejo, me enfrento a mí mismo, y descubro lo que soy... ¿Me enseñaríais? - la bruja le miró con suspicacia
 - Si es lo que vuestro corazón desea, lo haré. 

CONTINUARÁ...


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