martes, 1 de septiembre de 2009

Reverencia

Es pasmosa la facilidad con la que la retaguardia de la muralla del orgullo cae ante palabras inteligentes, para dejarle paso a la admiración.
Es curioso como desearías con toda tu alma poder charlar largo y tendido con personas con las que todavía no has intercambiado ni una miserable palabra, y cuya presencia anhelas como se ansía el agua en el desierto.
Pero has leído. Has leído sus palabras, que son aún más elegantes y fluidas que las tuyas, que se cuelan en tu conciencia y te la endulzan como la miel endulza el paladar, dejando ese regusto insatisfecho que te pide más y más.
No son famosos, ni salen en lo libros, son simples mortales de a pie, como tú. Pero tienen ese don que tanto admiras, y por el que suspiras segundo tras segundo.
Pero ¿Cómo acercarte a ellos?
Oh, dear.
¿Qué imagen ofrecer de una misma cuando sabes que ellos te superan con creces en todo aquello en lo que tú te creías sobresaliente?
Sabes cual les cautivaría. Una femme fatale escondida tras la cortina de humo de un cigarrillo recién extinguido, de sonrisa misteriosa y un mundo en la mirada.
Craso error. Ni siquiera fumo.
¿Qué soy yo, ya que no estoy dispuesta a ofrecer una ilusión cambiante de mi misma? Una joven mediocre, de aspecto mediocre, y talento mediocre.
Mediocre. Cómo odio esa palabra.
Es en estas ocasiones, cuando al fin me siento superada por alguien con creces, cuando me doy cuenta del largo camino que me queda por recorrer.

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