Querida Elena futura:
Llevamos recorrido un respetable tramo del camino. Estés donde estés dentro de diez años, eso que te atormenta tanto en el presente, recuerda que hasta ahí has llegado y no lo has hecho del todo mal. Si ponemos en una balanza lo bueno y lo malo, lo bueno gana por goleada, y lo malo te ha hecho crecer, y te ha hecho más fuerte. Ya lo sabes. No voy a dar ejemplos. Estás empezando a ganar cierta sabiduría que sólo se adquiere mediante la experiencia, así que en diez años, probablemente seas mucho más sabia, hagas lo que hagas. Así que sólo un consejo: Aplica esa sabiduría a tu propia vida. Las dos sabemos que eres hipersensible y que las cosas te afectan tres veces más que a otras personas. Te han llamado exagerada y dramática... Bueno. No puedes evitar ser de la forma que eres. Esa sensibilidad te hace especial, te hace percibir matices que otros no perciben. Te hace ser apasionada, te permite ilusionarte por las cosas más simples, reír más fuerte, emocionarte con facilidad. Por favor, no pierdas esa sensibilidad. Sigue siendo capaz de llorar por una canción, o una frase, o un capítulo... No pierdas esa capacidad de empatizar, de interiorizar sentimientos que ni siquiera son tuyos. Eso te hace única, y nos gusta eso. ¿No? Es lo que te permite escribir como escribes y conseguir llegar a la gente, mediante la palabra escrita o en persona.
Te voy a recordar algo que pasó esta semana. El día había empezado fatal, con tormenta y frío, habías perdido el autobús y llegabas tarde a trabajar. Parecía un asco de día. Fuiste a por un café, y la cafetería de siempre estaba cerrada, para colmo. Pero giraste la esquina, entraste en otra cafetería, y con tu café la camarera te regaló un sobao. Y te sentiste tan feliz. Esa tontería hizo que el día pareciera maravilloso de pronto.
Si alguna vez piensas que todo está siendo un desastre, recuerda que a la vuelta de la esquina siempre puede haber alguien que te regale algo con azúcar.
Es probable que hayas vuelto a meditar, y puede que lo hayas dejado unas tres veces para luego retomarlo. Bueno, no esperes a tener momento de iluminación. Suelen venir a nosotras en los momentos más necesarios, puntos de inflexión repentinos que nos impulsan hacia arriba como un muelle, pero tomarte la vida con más calma tampoco te vendría mal.
Seguro que haces algo que se te da bien. Eres habilidosa. Pero asegúrate de que realmente lo disfrutas. Puede que estés en la universidad impartiendo clases de literatura o historia, o puede que estés en algún país de África haciendo algo últil, o tal vez en tengas un refugio de animales abandonados, o seas una bruja moderna y cures a las gente con tus remedios caseros. Sea lo que sea, será algo extravagante y poco rutinario, espero. Y que no hayas dejado de escribir. Porque eso eres tú.
Puede que seas madre. Recuerda que una vez prometiste que si tuvieras retoños los llevarías a recorrer el mundo contigo. No abandones esa idea.
No seas demasiado dura contigo. Tiendes a serlo. Es posible que tengas las cosas más claras que mientras escribo, pero ahora mismo ya sé que de nada sirve hacer planes. Da gracias por todos esos años de teatro que te han enseñado a improvisar.
Disfruta de los minutos de motivación musical diaria. Refuerza tu talento irónico. Quiere mucho, y quiere bien. No exijas tanto. Estaría bien que volvieras a dibujar. Últimamente he pensado en aprender a hacer punto y repostería, no sé si llegará a buen puerto o serán algunos de tantos proyectos absurdos que nunca van a ninguna parte porque tu inconstancia te hace cambiar de idea cuando ya te has gastado dinero en material.
¿Cómo va esa vuelta al mundo en fascículos? Calculo que has tenido que descubrir unos 10 territorios nuevos e inexplorados, y los habrás capturado en fotografías para que el recuerdo nunca se distorsione, ni los rostros de las personas a las que has conocido. Tal vez te hayas animado a grabar, no sólo a hacer fotos. No sé cómo habrá salido. No se te da muy estar frente a una cámara, pero igual has superado ese pánico escénico irracional.
¿Y la guitarra? ¿Sabes tocar algo más que cuatro acordes mal puestos? ¿Has llegado a hacer algo con tu francés de andar por casa, como por ejemplo, mejorarlo? ¿Y esa idea de aprender alemán, italiano y chino? Igual no has tenido tiempo de todo. No pasa nada, para aprender siempre hay tiempo, porque es un proceso que nunca acaba.
A veces se te olvida, pero te gustas. A pesar de tus altibajos emocionales, de tu testarudez, y tus impulsos, te gustas. A pesar de tus errores, tu orgullo y tus momentos de debilidad, te gustas. No siempre, pero en general te gustas. Porque oye, chica veleta, recuerda a Tolkien: No todo el que anda errante está perdido.
No siempre sabes dónde está el norte, pero siempre te ha gustado el viento que sopla hacia el este.
Hasta dentro de 10 años.
Elena
lunes, 10 de octubre de 2016
miércoles, 8 de junio de 2016
LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE FEMINISTA (A UNO MISMO)
Ayer leí un
artículo sobre una chica mexicana que se autodenominaba antifeminista, y que se
dedicaba luchar verbalmente contra las feministas en las redes sociales. Ella
basaba su teoría en que el patriarcado no existe, y que es una invención de las
feministas para destruir la sociedad. Según ella, el feminismo tuvo sentido
hace muchos años, pero que ahora la igualdad se ha alcanzado, no tiene sentido.
Curiosamente, acto seguido leí otro artículo sobre un juez mexicano que le
había quitado la custodia a una madre porque según él, no era lo
suficientemente femenina: Era atea, no cumplía su rol en la casa y por ello
necesitaba ir a terapia. No sé si eso es a lo que esta chica llama igualdad, a
que un juez pueda dictaminar qué rol tienes que cumplir en la sociedad
legalmente por ser mujer, sin embargo la chica decía que aunque recibía a
diario muchos insultos y ataques, también tenía miles de seguidores que le
apoyaban y le agradecían lo que hacía. Le agradecían que fuera antifeminista.
Pero no hay
que irse a México para ver estas cosas. Uno puede argumentar diferencias
culturales, pero no es el caso. Yo he oído en repetidas ocasiones a gente de mi
entorno, ya no digo gente relevante o famosa, bromear con el patriarcado,
ridiculizando la idea. Y no hay mejor forma de desprestigiar un movimiento que
ridiculizando su causa. Lo vemos a diario en política, sin ir más lejos. Y hay
muchos que cuando alguien señala la cantidad de abusos que las mujeres sufren a
diario en todo el mundo, suelen responder con que los hombre también sufren, y
que eso nadie lo denuncia, que ellos también son maltratados y abusados y nadie
lo denuncia. Y normalmente añadirán un “feminazi” al final de su argumentación
como colofón final. Es como decir: Hay una epidemia, pero no os pongáis
vacunas, que a mi vecino cuando tuvo catarro no le vacunaron.
Es decir, la
injusticia y el abuso de poder sobre los derechos humanos es algo que existe en
todo el mundo y que no diferencia género. La injusticia hay que perseguirla y
castigarla en cualquier forma o estadio. Pero no se puede negar que los abusos
que sufren las mujeres por ser mujeres como grupo, como colectivo social, no
existan. Nadie ataca a los hombres por ser hombres. Y negar la existencia del
patriarcado es cerrar los ojos ante el problema y mirar hacia otro lado. Hay
cientos, o miles de ejemplos a nuestro alrededor dejándolo en evidencia: mundo
de negocios, cine, publicidad… Mires donde mires, a pesar de la evolución
social que se ha vivido en los últimos 50 años (en occidente, claro, en el
resto del mundo no podemos hablar de ese avance) aún queda mucho que avanzar.
Porque los cambios culturales son muy lentos, antropológicamente hablando. Y
por mucho que podamos votar, ¿quién no ha tenido que escuchar en su vida algo
como “vete a fregar”? Son herencias culturales, manchas, más bien, que tardan
mucho más años en desaparecer, y más cuando el cambio se ha conseguido mediante
la lucha, pero en el poder siguen los mismos, a los que no les interesa tanto
que las cosas cambien, y regalan a su público la ilusión del gran cambio que ha
habido para que se muestren conformes. Sin embargo, las formas de esclavitud
cambian. Ahora a la mujer se le esclaviza mediante la imagen. Y ¿quién mueve
los hilos para que sea así? Unos pocos ricos.
Sin embargo,
no es la intención de este artículo profundizar en esos temas, que bien darían
para una tesis doctoral, sino en ejemplos más cercanos y visibles. Esta semana
se ha publicado un estudio acerca de las violaciones en la comunidad
universitaria estadounidense. El estudio refleja que 1 de cada 5 estudiantes
universitarias sufre una violación o agresión sexual. 1 de cada 5. Esa
proporción da miedo. Pero no hay que cruzar el charco, ni hay que leer estudios
sociológicos. Este fin de semana, sin ir más lejos, volvía a casa con dos
amigas, por pleno centro de la ciudad, cuando un tipo tuvo a bien gritar “¡qué
culo tienes!”. Y ese es el pan de cada día. No hay momento en el que vayas sola
por la calle, si es de noche más, sola o sin presencia masculina, en el que
algún garrulo va a sentirse en su derecho de opinar sobre tu cuerpo. De
cosificarte. De tratarte como un objeto sexual. Hace un par de años, otro
espabilado al que tuve la desgracia de encontrarme más de una vez, no sólo se
conformó con eso, sino que además decidió que tenía que premiarme con su
compañía, y se puso a andar a mi lado, murmurándome todo lo que me haría. Y eso
es violencia. Es violencia porque te hace sentir incómoda, te asusta, y
probablemente si no hubiésemos estado a plena luz del día en medio del barrio,
habría intentado hacerme algo más. Y no es un caso aislado. Es algo que puedo
comentar con cualquier mujer y a todas les habrá pasado algo similar en algún
momento de su vida: El acoso de un tipo en un bar, el que te toquen el culo cuando
vas andando por la calle, los “piropos”, por los cuales al parecer deberíamos
sentirnos halagadas, cuando nadie ha pedido su opinión, ni que te cosifiquen
como un órgano sexual andante. Eso es violencia, y todas lo sufrimos a diario.
Y que no venga nadie a decirme que las mujeres hacemos lo mismo con los
hombres. Porque muchos hombres se sienten en su derecho a hacer eso. Y repito
que no es algo aislado. Claro que hay hombres que no son así, no veo a ninguno
de mis amigos cercanos haciendo eso, pero es una tendencia muy generalizada.
De hecho,
por lo visto existe un hombre que se dedica a hacer tutoriales en Youtube de
cómo asaltar a las mujeres. Porque según él, las mujeres no sabemos lo que
queremos, y cuando decimos no, en realidad sí que queremos, que él sabe más que
nosotras. Podríamos pensar que es un colgado, pero no, tienes miles y miles de
suscriptores en su canal, y el tío va dando hasta charlas sobre esto. En plan
coaching. Repito; miles y miles de suscriptores.
Así que
invito a la reflexión, a que consideres, tú que estás leyendo, la importancia
de ser y llamarte feminista.
jueves, 26 de mayo de 2016
El futuro: Venezuela.
Llevo tiempo en estado de introversión preocupándome más bien poco por lo que ocurre a mi alrededor. Antes me interesaba debatir con la gente, trata de explicar mis puntos de vista, últimamente estaba cansada, no me apetecía hablar de política más de lo estrictamente necesario, yo ya tengo mis principios y mis ideas, y quien no los comparta, pues poco me importa.
Sin embargo, cada vez que enciendo la tele, o leo un periódico, o navego por Internet, me doy de bruces con una constante campaña de acoso y derribo a Podemos, y a sus votantes, entre las cuales me incluyo. Porque cuando difamas y calumnias a algo que representa a tanta gente, estás difamando y calumniando a esa gente.
Siempre, y lo he repetido y reflejado en muchas de mis entradas, me ha interesado la política. ¿Cómo no va a interesarme que un grupo de desconocidos tomen decisiones que afecten a mi vida? He participado en manifestaciones, he sido parte del 15M, he votado en todas las elecciones religiosamente, sin faltar a ninguna, he hablado, he debatido y creo que he dado que pensar. No milito en ningún partido, sin embargo, ni tengo intención de hacerlo, por una razón muy sencilla: me veo demasiado joven e inexperta en muchos asuntos como para involucrarme a un nivel tan profundo en algo, y no quiero perder la perspectiva global de las cosas. Sí que estoy registrada en Podemos, y he votado en todos los procesos que se han abierto, el último, el de la coalición con Izquierda Unida y otros grupos, cuyo resultado me llena de felicidad, pues ya voy a poder votar sin estar dividida. Así que sin ser militante, soy partícipe en todo momento. Estoy bien informada.
Bien. Pues eso automáticamente me convierte en una izquierdista radical, comunista leninista, chavista, y por supuesto, etarra. Nunca pensé que tantas etiquetas tan diversas y estúpidas se pudiesen colocar en una sola persona. Pues eso somos, al parecer. Y ya se esfuerza la prensa en que parezca eso. Como Lenin lleva muerto sus años, y ETA cesó la violencia hace también un tiempo, sólo queda un lugar en el que buscar pruebas del apocalipsis que se desataría en nuestro país (esa España igualitaria, rica y sin problemas de ningún tipo) si la ciudadanía vota a Podemos: Venezuela.
Venezuela se ha convertido en un país tan popular en estos últimos meses.... Casi tanto como lo fue Grecia el verano pasado, aunque poco los mencionan ahora, me pregunto por qué. Venezuela es el infierno, la gente muere de hambre, no tiene medicaciones, y por supuesto, no tienen libertad, el régimen de Maduro es una dictadura. ( No sabía que en una dictadura pudiese haber oposición). Eso es lo que dicen en la tele. En el telediario. Albert Rivera con lágrimas en los ojos.
Yo no digo que Nicolás Maduro no sea un desequilibrado. Sinceramente, pienso que lo es. Pero también pienso que yo no vivo en Venezuela, y no puedo saber lo que verdaderamente está pasando allí. Y desde luego no me creo ni la mitad de lo que dicen los medios, porque todos sabemos quién paga a esos medios. Y me hace mucha gracia que a tanta gente le preocupe tanto de pronto lo que pasa en Venezuela, cuando hasta antes de ayer probablemente no supieran cuál era su capital, o dónde ubicarla con exactitud en el mapa. Pero mientras, miles de personas se ahogan en ese mar que baña nuestras playas, huyendo de una guerra financiada por nosotros, y eso parece que no importa, siempre y cuando nadie venga a poner una bomba en la puerta de nuestra casa. ¿Dónde está Albert Rivera llorando por los niños desaparecidos, por los padres muertos en bombardeos o en el mar?
Lo que realmente me repatea el hígado es que los dirigentes de nuestro país se postulen como defensores de los derechos humanos cuando han firmado un acuerdo que permite expulsar a los refugiados a Turquía, incumpliendo todo aquello que alardean defender. Son una vergüenza.
Así que no voy a opinar sobre lo buena o mala que es la situación de Venezuela, porque no tengo ni la menor idea, y cuando uno no sabe de algo, lo mejor que puede hacer es callarse.
Lo mismo que podrían hacer todos aquellos que critican a Podemos y se llevan las manos a la cabeza, sin ni siquiera haberse leído su programa.
¿Defender los derechos humanos, la igualdad entre las personas, el derecho a la educación, a la sanidad, a los servicios sociales, al trabajo, defender la libertad y la justicia libre y la paz, me convierte en una izquierdista radical, comunista leninista, chavista y etarra? Muy bien. Pues ¿dónde hay que firmar?
sábado, 16 de abril de 2016
William. 1917
Qué extraño resultaba volver a estar en casa, en esa siniestra
familiaridad de la que ya no se sentía parte. La misma luz mortecina de siempre
se colaba entre las cortinas de su habitación. Pero su habitación era media.
Paul no había vuelto del Somme. Su cama pedía a gritos vacíos el regreso de su
dueño, mientras él con su pierna herida miraba las arrugas en la colcha de su
hermano, intactas, como si nunca se hubiera marchado a Francia. Como si hubiera
hecho la cama a toda prisa esa misma mañana y fuera a volver a cenar. Sólo el
polvo delataba que los días se convirtieron en meses, y los meses en años.
No soportaba oír a su madre sollozar. Paulie estaba muerto,
pero tal vez se había llevado la mejor parte, después de todo. William tenía que
abrir los ojos cada mañana, sentir su ausencia, y obligarse a respirar, a pesar
de la opresión que sentía en el pecho, ese dolor mudo y persistente que le
golpeaba como un martillo cada vez que pensaba que tenía que seguir adelante.
Héroes de guerra, los llamaban. Uno de los Collins caído, el
otro tullido. Qué tontos habían sido. Todos los sueños de gloria de sus tiernos
veintipocos fueron sustituidos por las pesadillas de ojos vacíos, el olor a
gas, el sonido de los disparos, los gritos, la sangre. Su hermano, amigos con
los que había crecido en las calles, el chico poco espabilado del carnicero.
Todos idos. Y él sobrevivió a la batalla del Somme, aunque para volver a casa,
si es que ahora puede llamarlo así, sin poder caminar. Con la baja y el título
de héroe que en poco tiempo todos habrán olvidado.
Mamá llora a Paulie y papá mantiene los ojos vidriosos posados
en la calle, como si esperase un milagro. Como si fuese a aparecer caminando
bajo la lluvia, chapoteando en los charcos. También lee el periódico. “Los
americanos han entrado en la Guerra. Ahora van a cambiar las tornas”. Como si
fuese a suceder otra cosa que más matanzas.
Cuando quería no escuchar la metralla en su cabeza, pensaba
en ella. Elise. La joven voluntaria francesa. Esa niña crecida a base de horror
que le sacó las balas de la carne. La que le acunó al llorar por la muerte de
su hermano. Alguien tan joven no debería estar expuesto a semejantes
atrocidades. Pero todo eran jóvenes, y ella parecía más fuerte y sólida que
cualquiera de ellos. Apenas habían hablado, él no sabía francés, y ella apenas unas
frases en inglés, pero podía entender su dolor. Podía entenderlo como nadie de
su entorno lo entendía ahora.
Había sido difícil volver y decirle a Lucy que ya no se
casaría con ella. No era sólo porque pensara en Elise. ¿Cómo podría vivir con
Lucy, alguien tan ajeno al sufrimiento? Sólo conseguiría hacerla desgraciada.
Estaba sólo aquí en Londres. Cada uno llevaba su carga propia, como podían. Mamá
lloraba, papá esperaba, y él soñaba con volver a Francia y encontrar a esa
joven de piel nívea y manos que curaban.
domingo, 21 de febrero de 2016
Asun. 1935
Asun se muere de ganas de ser mayor de edad. Para poder
votar. Para poder devolverle su escaño a Clara Campoamor. La escuchó un día que
fue a la universidad a buscar a su hermano, y desde entonces no ha dejado de
pensar que quiere ser como ella. La forma en la que habla, las cosas que dice.
Querría ir a la universidad, aunque no cree que su madre lo permita. Ya ha
protestado porque ha continuado con sus estudios de bachillerato, pero Asun
sabe cómo convencer a su padre. Y Mariano la apoya. Entre los dos han sido una
fuerza de presión suficiente. Pero la universidad es otra historia. Eso tampoco
le va a parecer bien a su padre. Está bien para Mariano que es hombre, y está
decidido que sea notario. No es que él lo haya decidido, pero sabe que hay
guerras que no puede ganar, y lo acepta con tranquilidad, como todo en su vida.
Pero Asun no es igual. Asun quiere cosas. No quiere ser la “esposa de” para lo
que su madre le ha estado preparando
toda su vida. Y menos aún desde que oyó por primera vez a Clara Campoamor.
Suspira. No sabe qué excusa le pondrá esta vez a su madre
para justificar su tardanza. Ella, muy piadosa, le cuenta al padre Maximiliano
todas sus preocupaciones respecto a su hija adolescente, y Asun está convencida
de que alguien la vigila desde hace algunos días. No puede contarle sus
inquietudes a su padre, porque está muy agobiado últimamente en el trabajo, y
Mariano estudiando para sus exámenes.
Tiene un nuevo amigo, un chico de veinte años, como su
hermano, que ha conocido en el grupo. A él no parece molestarle que una chica
hable de política. Si sus amigas supieran que va a esas reuniones con gente
mayor y en gran parte del sexo contrario, les daría un patatús. Por eso le
gustan más sus nuevos amigos, aunque tengas lúgubres pensamientos y sean de la
opinión de que las cosas no van bien. Asun se siente mayor entre ellos. La
toman en serio.
-¿De dónde vienes María Asun? – Su
madre la escudriña minuciosamente desde el hueco del pasillo – Es muy tarde,
hace horas que han terminado tus clases.
-De estudiar, madre. Ya sabe que quiero sacar muy buenas
notas.
-No sé para qué. Si pasaras más tiempo en casa ayudándome,
aprenderías las cosas útiles que te van a servir de verdad.
-Sí, sí, ya lo sé. Ahora mismo sería un desastre de esposa.
-A este paso nadie querrá casarse contigo, hija, y ya me
dirás qué vas a hacer entonces.
-Trabajar, madre. Para eso estoy sacando el bachillerato –
responde Asun con sorna
-Ese tono, Mari Asun. Ya sé lo mucho que disfrutas
disgustándome. No sé por qué a tu padre le hace tanta gracia que hayas salido
respondona. Si rezaras con tanto ahínco como me torturas, tendrías el cielo
ganado.
Asun mira a su madre de soslayo, mientras corta verduras.
¿Qué le ha pasado? Aún es joven. Se casó muy joven. Tal vez demasiado. No
conoce otra cosa. Por eso le da tanto miedo que el destino de su hija sea tan
distinto al suyo. Porque si el destino no es el mismo, ya no queda nada que las
una.
viernes, 5 de febrero de 2016
Alberto. 1970
Alberto mira el reflejo de las torres afiladas en el agua
cristalina del río y se pregunta cómo será sentirse de algún lugar. El puente
es su lugar favorito. Le gusta sentarse a escuchar el murmullo del agua, que le
arrulla canciones secretas que sólo él y las aves son capaces de entender. Sus
padres han vuelto a discutir. Los ha escuchado cuando ha llegado de la
universidad: Andrés, su padre, quiere volver a España. Son demasiados años en
el exilio. Beatriz, su madre, se niega. Ahora Pau es su hogar. Y no quiere volver
a pisar España hasta que Franco esté muerto.
Alberto desearía volver a España, aunque no se puede volver
a un lugar en el que nunca has estado. Aunque
ha visitado Madrid en sus sueños, transportado por la añoranza de las
fotografías decoloradas de su padre. Él es francés. Nació allí, en Pau, al
igual que su hermana mayor, dos años antes que él. Son veintidós años de vida
en Francia, y sin embargo, desde el colegio, todo el mundo le ha llamado el
español. No como algo malo o discriminatorio. Simplemente como la constatación
del hecho de que no pertenece allí. Su nombre suena extraño en la boca de sus
amigos y compañeros. Su apariencia es distinta. Piel demasiado morena, ojos
demasiado negros. A
na siempre se ha sentido como en casa. Igual que su madre.
Las mujeres en su familia tienen una maravillosa capacidad de adaptación ante
la adversidad. Pero él, como su padre, carga con la losa de la desubicación. Y
aunque no lo dice, cree que la suya es más pesada. Su padre es de Madrid, se
siente de Madrid. Añora su hogar. Alberto no siente que tenga un hogar. Está en
medio de dos mundos; la idealización de la tierra de sus padres, en la que él
no tiene verdaderas raíces, y Francia, en donde ha nacido y crecido, dónde se
graduó, se enamoró por primera vez, y perdió la virginidad; el lugar donde
todas sus experiencias han tenido lugar, siempre sordas al zumbido de búsqueda
de identidad.
Pero últimamente el zumbido se ha hecho más fuerte, y cada vez es
más difícil de ignorar.
Contempla la foto que ha tomado con su Polaroid, su último
regalo de cumpleaños. Es su propio reflejo en las aguas cristalinas del río.
Una mata de cabello oscuro y rizado asomándose tras la caja negra de
inmortalidad. ¿Quién soy?- se pregunta. Podría ser cualquiera.
miércoles, 27 de enero de 2016
Lucía. 2016
Lucía tuvo a Mario con veinticuatro años. Recién licenciada. Según sus padres, una carrera universitaria tirada a la basura. Ahora su hijo va a cumplir dieciocho y se prepara para la selectividad. Lucía no puede creer que haya crecido tanto, que el tiempo haya pasado tan deprisa.
Él está sentado en el sofá, con los apuntes desparramados por el sofá y la mesita de café, mientras mira de reojo la televisión. Su madre duda de su concentración, pero sabe que es mejor no decirle nada. Aunque es casi un adulto, todavía no soporta que nadie le diga lo que tiene que hacer. Menos aún si es su madre. Lucía sonríe al pensar que ella también fue así. De genio rápido y respondona. Antes de que la vida se le echase encima y se diera cuenta de que estaba embarazada.
Entra en el baño y abre el agua de la ducha. Cierra la puerta tras de sí. No quiere que Mario la pille sumida en uno de sus ataques de nostalgia. Una vez, al verla llorar, le preguntó si se arrepentía de haberlo tenido. Aquello provocó que el llanto aumentara por el horror de hacer sentir a su hijo culpable. Mario era lo mejor que le había pasado. Y aún así...
¿Cómo hubiera sido su vida si esa noche, en el viaje de estudios, no hubiera bebido en cantidades ingentes? Se ve a sí misma en el crucero por el Mediterráneo, el vestido blanco vaporoso que contrasta con su piel morena, su cabello castaño aclarado por el sol y alborotado por la humedad. Las miradas intercambiadas con aquel chico de ojos claros, algo larguirucho, y su divertido acento británico. Mario era un calco de Lucía excepto por aquellos ojos que cambiaban de tono de gris según la luz. Tom. Ni siquiera llegó a saber su apellido.
Levanta la vista y se mira al espejo. El pelo castaño y alborotado es ahora una melena lisa, corta y teñida para ocultar las canas incipientes. La piel ya no es tersa y morena, sino que acumula en sus pliegues todas las preocupaciones vividas a lo largo de los años. Ser madre soltera no ha sido fácil. Pero lo ha conseguido. Y Mario va a ir a la universidad en septiembre. Su polluelo abandona el nido. Y a diferencia de ella, a pesar de haber heredado su genio, es mucho más responsable. Tampoco ha sido fácil para él. Lucía sabe que educó al hombre que había dentro del niño mucho más pronto de lo que le correspondía.
Pero ahí están los dos, dieciocho años más tarde, y han conseguido hacer el camino.
Y aún así...
Él está sentado en el sofá, con los apuntes desparramados por el sofá y la mesita de café, mientras mira de reojo la televisión. Su madre duda de su concentración, pero sabe que es mejor no decirle nada. Aunque es casi un adulto, todavía no soporta que nadie le diga lo que tiene que hacer. Menos aún si es su madre. Lucía sonríe al pensar que ella también fue así. De genio rápido y respondona. Antes de que la vida se le echase encima y se diera cuenta de que estaba embarazada.
Entra en el baño y abre el agua de la ducha. Cierra la puerta tras de sí. No quiere que Mario la pille sumida en uno de sus ataques de nostalgia. Una vez, al verla llorar, le preguntó si se arrepentía de haberlo tenido. Aquello provocó que el llanto aumentara por el horror de hacer sentir a su hijo culpable. Mario era lo mejor que le había pasado. Y aún así...
¿Cómo hubiera sido su vida si esa noche, en el viaje de estudios, no hubiera bebido en cantidades ingentes? Se ve a sí misma en el crucero por el Mediterráneo, el vestido blanco vaporoso que contrasta con su piel morena, su cabello castaño aclarado por el sol y alborotado por la humedad. Las miradas intercambiadas con aquel chico de ojos claros, algo larguirucho, y su divertido acento británico. Mario era un calco de Lucía excepto por aquellos ojos que cambiaban de tono de gris según la luz. Tom. Ni siquiera llegó a saber su apellido.
Levanta la vista y se mira al espejo. El pelo castaño y alborotado es ahora una melena lisa, corta y teñida para ocultar las canas incipientes. La piel ya no es tersa y morena, sino que acumula en sus pliegues todas las preocupaciones vividas a lo largo de los años. Ser madre soltera no ha sido fácil. Pero lo ha conseguido. Y Mario va a ir a la universidad en septiembre. Su polluelo abandona el nido. Y a diferencia de ella, a pesar de haber heredado su genio, es mucho más responsable. Tampoco ha sido fácil para él. Lucía sabe que educó al hombre que había dentro del niño mucho más pronto de lo que le correspondía.
Pero ahí están los dos, dieciocho años más tarde, y han conseguido hacer el camino.
Y aún así...
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